Soltó amarras Eduardo Galeano. Se fue a navegar en aguas quizá menos turbulentas. En el epígrafe de El libro de los abrazos dejó constancia de que su vínculo con el mundo era un permanente ejercicio de memoria: “Recordar: Del latín re-cordis, volver a pasar por el corazón” es la frase con que anticipa su contenido. La memoria como un espacio en el que confluyen experiencias propias y ajenas donde, además de crear lazos de afecto y solidaridad, es preciso modificar los incontables desatinos que cometemos los seres humanos.
Recordar, volver a pasar por el corazón, es un privilegio de los hombres; es regresar sobre lo andado con la perspectiva de examinar lo que nos impone la cultura, los medios o la sociedad, casi siempre a conveniencia. En uno de esos relatos, “La cultura del espectáculo”, Galeano retrata breve y acertadamente la manera como la representación de la realidad, una estrategia de distracción indispensable para los intereses de muchos, termina siendo realidad para una inmensa mayoría urgida de olvidar el desasosiego de la existencia. Un ejercicio de memoria que invita a reflexionar y dice así: “Fuera de la pantalla, el mundo es una sombra indigna de confianza. Antes de la televisión, antes del cine, ya era así. Cuando Búfalo Bill agarraba algún indio distraído y conseguía matarlo, rápidamente procedía a arrancarle el cuero cabelludo y los plumajes y demás trofeos y de un galope llegaba desde el Lejano Oeste a los teatros de Nueva York, donde él mismo representaba la heroica gesta que acababa de protagonizar. Entonces, cuando se abría el telón y Búfalo Bill alzaba su cuchillo ensangrentado en el escenario, a la luz de las candilejas, entonces ocurría, por primera vez ocurría, de veras ocurría, la realidad”.
Una cosa parecida sucede en un país como Colombia, enfrentado por las pasiones que provoca el espectáculo montado en torno a la paz. El reciente, y reprobable, asesinato de 11 soldados, sirvió para demostrar la enorme distancia que hay entre la paz de La Habana y la paz de los colombianos, patentizada en el manejo que se hace de los hechos sangrientos y la violencia con que de inmediato reaccionamos a él. Recordar, volver a pasar por el corazón esa afluencia de discursos que preconizan los distintos actores del conflicto armado y que nos tienen polarizados, quizá ayude a desmontar la actitud beligerante y el lenguaje guerrerista que hoy prevalece. Es el lenguaje del olvido, de la ignorancia y la confusión; porque, el más simple ejercicio de memoria nos recuerda que tanto en la guerra como en la paz, hemos sido un instrumento utilizado a conveniencia de unos cuantos; y bastaría con revisar el historial de cualquiera de los protagonistas del espectáculo pacifista, para saber que nuestra paz no podría resultar de otra cosa que no sea un acuerdo entre mortales cuyo denominador común es haberse equivocado escandalosamente. Es imposible olvidar el terrorismo de las Farc, como es imposible olvidar la negligencia, la corrupción y los atributos siniestros de muchos de nuestros gobernantes. Sea la memoria el antídoto que acaso logre neutralizar el veneno de esta guerra fratricida.
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