En mi memoria de niño y adolescente están grabadas muchas imágenes en las que la sola presencia de un oficial de la Policía daba una sensación de autoridad en cualquier escenario donde se presentara un conflicto. No solo se respetaba su presencia, se le temía, algo que tenía visos de cultural puesto que se amenazaba con la Policía a aquellos que se pasaban de un determinado límite permitido a nivel familiar o social. Se trataba de una institución respetable por su naturaleza y respetada en el accionar íntegro de sus hombres. Hoy, sigue siendo respetable como ente capaz de administrar justicia dentro de los parámetros que le corresponden, pero ha perdido su sentido de autoridad implícito en el uniforme en medio del fenómeno social, político, económico, en que se ha desarrollado Colombia en los últimos 40 años y que nos ha llevado a un irrespeto total a sus insignias.
El fenómeno es de doble vía porque la Policía no es una institución por encima de la sociedad sino en medio de ella, en una dinámica de ida y vuelta entre nosotros, los ciudadanos, y ellos, los oficiales, en un intento por establecer un orden y una seguridad que nos permita vivir a todos con comodidad y calidad de vida. De tal manera que, no podemos culparlos como únicos responsables del estado actual de cosas en lo que tiene que ver con el respeto que les debemos y el que ellos deben ganarse. Y no me estoy refiriendo a los casos en los que es demostrable la corrupción que, por fortuna, no son la mayoría, sino a la institución que ha perdido su imagen –y que todos hemos ayudado a deteriorar– al punto de ser víctimas frecuentes de ataques verbales y físicos por parte de cualquier ciudadano, hombre o mujer, con o sin alcohol de por medio, que cree que puede ofender o golpear a un policía por las razones que se le antojen. Lo que muestran los estudios sobre el comportamiento en este tipo de circunstancias es que no se está agrediendo a la persona sino a la institución que representa. Así las cosas, es claro que si agredimos de tal forma a la Policía Nacional de Colombia es porque no sentimos ningún respeto por lo que representa.
No soy la persona indicada para decirle a dicha institución lo que tiene que hacer. Ellos elaborarán, en su saber y entender, los mecanismos para limpiar su imagen y recuperar su credibilidad y autoridad. Pero sí sé que uno como ciudadano puede y debe ayudar a reconstruir esa imagen porque lo necesitamos como sociedad, porque debe haber una autoridad que ponga orden en la ciudad para que podamos vivir con seguridad y tranquilidad, la misión para la cual fue fundada la Policía a nivel universal. No es válido descalificar a la institución por acciones individuales o grupales de algunos de sus miembros; es lo mismo que descalificar la autoridad paterna porque algunos padres hayan actuado mal. Pero para aceptar la paternidad de la Policía, como se acepta la autoridad de un padre, es necesario que ese estamento demuestre en cada acto, como debe hacer todo padre que pretende impartir justicia, que podemos confiar en él, que tiene la capacidad autocrítica suficiente para aceptar sus errores y corregirlos, porque eso enseña más que el garrote o la represión.
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