La nueva encíclica del ‘procuradios’ intenta poner freno a las manifestaciones excesivas de afecto entre los estudiantes.
Al funcionario y a los maestros retrógrados que le hacen el juego les preocupa que esas peligrosas armas de la convivencia, que son los abrazos y los besos, se paseen sin control por los salones y pasillos de las escuelas.
Por ello, el uno, con el consentimiento de los otros, propuso reelaborar los códigos disciplinarios para que las instituciones castiguen ejemplarmente a quienes sean sorprendidos en esas formas de diálogo labiolengüisalivales.
La idea de ambos es ponerles matrícula condicional, hasta la expulsión, a los que osen atentar contra la moralidad y el acato, pasando por penas graduales como: diez reglazos en la yema de los dedos, 20 vueltas al patio y una semana sin recreo, para que aprendan estos protervos del cariño.
Los guardianes del decoro nacional no discriminan entre abrazo y beso. Se trata de las mismas obscenidades de unos adolescentes culiprontos que ponen en riesgo la decencia de un entorno en el que se va es a estudiar.
Olvidan, en su afán por salvaguardar el pudor de la patria, que hay elementos graves que están alterando el fin último de su máxima, como la violencia que, si se me permite la interpelación, vendría a ser como la antítesis del afecto.
Los únicos estudios del Dane, por ejemplo, indican que entre 2006 y 2011, los factores con incidencia en la tranquilidad del clima escolar aumentaron en 30%. Con un agravante: en tres de cada cinco casos, los afectados tuvieron tendencia al suicidio.
En cambio las universidades de Oxford y Princeton descubrieron el año pasado, en investigaciones separadas, que cuando uno da un beso consume 12 calorías debido al movimiento de 36 músculos al tiempo y un aumento de los latidos del corazón (el beso, por tanto, es dietético); que cuando una boca se junta con otra, el sistema límbico –no se agarren el moño; no es ninguna plebedad– activa mecanismos vegetativos de respiración, ritmo cardiaco y tensión arterial (el beso es cardiovascular); que cuando besamos apasionadamente liberamos hormonas como las endorfinas, que producen sensaciones de bienestar y atenúan el dolor (el beso es analgésico); que cuando dos se besan, como debe ser, toda la circulación sanguínea de los cuerpos mejora (el beso previene también las arrugas).
Y de los abrazos, ni se diga. Son tales los efectos que tiene el contacto físico sobre el estrés y la ansiedad, que la compañía norteamericana The Snuggery decidió vender abrazos por minutos a todo aquel que crea que se puede mejorar con ellos, con tarifas que van desde 50 dólares por 45 minutos hasta 425 dólares si el abrazo (solamente abrazo) dura toda la noche.
Tanto el ‘pocuradios’ como sus acólitos están, pues, equivocados: al amor no hay que prohibirlo sino estimularlo, y para ello la escuela debe ser el gran laboratorio en el que se enseñe el significado y valor de sus manifestaciones.
Lo que hay que censurar en los colegios es la violencia, la intolerancia y la falta de respeto por las diferencias. Y, de paso, a las mentes arcaicas que los gobiernan.
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@AlbertoMtinezM