“No hay que cruzar el puente sin haber llegado al río” dice un refrán que parecemos ignorar los colombianos. Porque, cuando se trata de salvar las tantas dificultades que nos presenta la realidad cotidiana, ciertamente lo cruzamos muchos kilómetros antes. Poseídos por esa pasión infame de especular –suponer sin fundamento– que se ha generalizado, ya sea en el país real o desde el exilio mendaz, en cualquier tienda de barrio, cantina, club social, sala de belleza, gallera, cancha de tejo, mercado público, feligresía o cofradía, dondequiera que haya colombianos los hay que fungen de sabios, politólogos, economistas, estrategas y visionarios que, en razón de haber lidiado toda la vida con un Estado plagado de corrupción e incapacitado para actuar como corresponde, tienen el convencimiento de que su visión es superior a la de sus gobernantes. “Tengo el opinador dañado” oí decir a mi abuela muchas veces reservándose el derecho a no profanar sus labios con lo que estaba pensando. En aquellos tiempos mi ingenuidad infantil pretendía descifrar en qué lugar de su anatomía reposaba ese órgano tan extraño, aunque el paso de los años me enseñó que no era un órgano esotérico sino el complejo mecanismo que controla ese instrumento temerario llamado lengua. Pero sucede que la confusión que ha creado el confuso comportamiento de una clase dirigente confundida por tradición es causa de que hoy exista una población con ínfulas de erudita, cuya habilidad para suponer sin fundamento se ha convertido en el palo que más atranca el engranaje del progreso.
El proceso de paz que se lleva a cabo entre las Farc y el Gobierno ha exacerbado este síntoma nacional. Tras cada paso que se ha dado para ponerle fin al conflicto armado, que es solamente la antesala de la paz, se ha orquestado una serie de supuestos con los que la astucia politiquera ha sabido mangonear a la población cuyo opinador es un primitivo reproductor de los delirios ajenos. Sin embargo, el tiempo, que viola todo pacto de silencio, poco a poco va revelando que esa diatriba que ha entorpecido la conciliación está plagada de especulaciones. Pese a todo, fue posible llegar al convenio más significativo en materia de paz, la firma del acuerdo sobre justicia, en el cual el Gobierno se comprometió con una Jurisdicción Especial para la Paz que se ajustará al derecho nacional e internacional y respetará la institucionalidad, en tanto que las Farc aceptaron ser sancionadas y responder por sus delitos. De esta manera pierde fuerza la presunción de que los miembros de las Farc pronto andarían por Colombia como Pedro por su casa, dejando un halo de desprestigio sobre el Centro Democrático que, lógicamente, hace eco de las aseveraciones que arroja el vehemente e insistente opinador del senador Álvaro Uribe. Es apenas el preámbulo a un acuerdo definitivo que aún tambalea entre las pifias habituales del Gobierno, las infamias de las Farc y el afán de especular
–suponer sin fundamento– de una sociedad con ínfulas de erudita que usualmente cruza el puente antes de llegar al río. Un puente que, además, suele estar anclado sobre arenas movedizas.
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