En la emisora que suelo escuchar todo va bien a pesar de las tandas de comerciales, hasta que aparece una señora que convierte una cuña comercial en un discurso. Entonces apago la radio y en ese momento entiendo por qué el silencio es terapia para el cuerpo y un estimulante para el pensamiento.
Álex Grijelmo (La información del silencio) cita a Ortega y Gasset cuando explica que la efectividad del hablar no es solo manifestar sino renunciar a decir, callar, silenciar.
La semana pasada el presidente Santos dijo en voz alta lo que numerosos televidentes sienten en los fines de semana cuando, al sintonizar las noticias de televisión, encuentran unos noticieros monotemáticos centrados en los últimos accidentes, robos y crímenes, ilustrados con las imágenes de las cámaras de seguridad: ¿cómo hacer para disminuir ese entusiasmo por la noticia roja?
A la algarabía sensacionalista denunciada por el presidente respondieron los medios con otra algarabía:
-Que la prensa solo cumple con su papel de mostrar la realidad;
-Que se puso en peligro la libertad de información;
-Que se pretende ocultar la inseguridad de la ciudadanía;
-Que es el periodista quien debe decidir lo que se informa y no el Gobierno.
Los foristas, frenéticos, tecleaban sus reacciones cargadas de adjetivos; los teléfonos de las redacciones no tuvieron sosiego y en los periódicos se llenaron columnas y columnas con el borbotón de palabras sobre el tema.
Un poco de silencio habría permitido reflexionar que esa información monotemática y fácil no es toda la realidad sino la parte más estridente de la historia diaria.
Un poco de silencio habría permitido ver que la libertad, ninguna libertad, es absoluta. Siempre ha tenido y tendrá los límites que protegen los derechos de las personas y de la sociedad; así, la libertad de información no autoriza a nadie para informar lo que le venga en gana; más bien, esa libertad protege a los que informan lo que deben informar, o sea lo que conviene al bien de todos.
Ese necesario silencio de reflexión hubiera puesto de bulto el absurdo de un periodista (sea jefe de redacción, director o presidente de junta directiva) que pretende decidir autónomamente y por su cuenta lo que debe informar. Puesto que maneja un bien público, la información, debe obrar en consecuencia y no como los dueños de una mercancía.
Hizo falta silencio para aceptar que por falta de autocrítica nos están viendo inferiores a la misión (sí, ¡misión!) que como periodistas debemos cumplir.
De veras, al periodismo colombiano le sobran palabras y le faltan silencios.
Tendríamos que superar el miedo de los locutores de radio que ante un silencio no ven una oportunidad de pensar sino un bache. De nuevo habla Ortega: “palabra y silencio caminan siempre unidos”. En efecto, sin el silencio la palabra se vuelve ruido.
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