Durante unas vacaciones en Barranquilla, me fui de fiesta con un grupo de amigos. Como ovejas en un rebaño, nos dirigimos hacia Díscolo, una discoteca local, porque allá era ‘la jugada’. Antes de entrar, un conocido nos dijo que no valía la pena pagar la entrada y generosamente ofreció su casa para continuar una noche que apenas empezaba. Con gusto aceptamos. Al llegar allá, rodeado de reguetón y aguardiente, el conocido en cuestión usó una metáfora muy curiosa para describir la calidad de la fiesta dentro de Díscolo. Cito verbatim: “Joda, Díscolo estaba tan malo que tenías a la empleada bailándote al lado”. Un par de risas débiles recibieron el comentario con agrado. Pues, claro. ¿En qué mundo este ilustre conocido frecuentaría los mismos lugares que su empleada? ¡Eso no tiene presentación! Es eso, asumo yo, lo que debe pensar la gente que bromea de esa manera, así como también quien no se indigna con comentarios así. ¿Qué nos revela esto? No solo es indicativo de un clasismo arraigado y retrógrado, sino también una demostración de la percepción que tiene nuestra sociedad de las empleadas domésticas, una de las poblaciones más vulneradas en el mercado laboral.
En abril del año pasado, tuve el privilegio de participar en el comité organizador de la Conferencia Colombiana organizada en Boston por estudiantes de Harvard, MIT, Boston University y Tufts, mi alma mater. La destacada lista de panelistas que el grupo logró traer incluía a María Roa Borja, presidenta de la Unión de Trabajadores del Servicio Doméstico (UTRASD). En su discurso (comienza en el minuto 58:40), en el que María estaba visiblemente emocionada, hizo un diagnóstico crucial de la situación de su gremio. Hay casi un millón de empleadas domésticas en el país, de las cuales 86% gana menos del salario mínimo y el 44% no cuenta con seguridad social. Suelen trabajar largas horas con poca remuneración y constante vulneración de sus derechos laborales. Esto es insólito, considerando que no solamente hacen parte del hogar como unidad productiva cuyo aporte económico contribuye el 20% del PIB, sino que desempeñan un rol esencial en el cuidado y crecimiento de los niños y las niñas de nuestra sociedad.
Las empleadas domésticas son indispensables en nuestra sociedad. Han tenido grandes progresos, como acceso a Cajas de Compensación, derecho a un mínimo con todas sus prestaciones y derecho a riesgos laborales. En el momento se está debatiendo en el Congreso una ley que les otorgaría el derecho a recibir una prima salarial. La labor de María Roa ha sido destacada por los grandes medios colombianos e, incluso, el New York Times. Sin embargo, no solamente tienen el reto de garantizar los derechos que les otorga la ley (que suele ser un proceso complicado), sino que también se encuentran con un obstáculo enorme en forma del clasismo de una sociedad que, al parecer, no las considera sus pares, sino algo menos. No hay ley que pueda corregir esto, sino que requiere un esfuerzo por parte de cada uno de nosotros. Por eso, a este conocido del comentario ofensivo le debo enfatizar una cosa: mejor que te hayas ido de Díscolo si te bailaba la empleada al lado, porque no me cabe duda de que no mereces estar en tan buena compañía.
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