Esta máxima de la Biblia es la regla de oro de la cual se han desprendido códigos éticos, leyes, e incluso la Declaratoria de los Derechos Humanos. Se trata de una simple afirmación que busca tener presente un simple principio de conducta basado en el respeto por los valores propios reflejados hacia los demás.
Realmente y con honestidad absoluta, ¿cuántos de nosotros cumplimos con esta regla?
Se ha convertido en conducta de todos los días el hacer exactamente todo lo contrario. En más de una ocasión buscamos la manera de pasar por encima de los derechos, sentimientos y valores de aquel que se interpone en nuestro camino o que de alguna manera nos estorba.
¿Cuántas veces en el día no buscamos la forma de aplicar la ley del embudo? “lo más ancho para mí lo más angosto para el otro”. O la ley de la papaya: “¡a papaya, puesta papaya partida!”, o ¿qué tal?: “el vivo vive del bobo”.
Todas estas maneras coloquiales de hacer valer un derecho que no tenemos, o por lo menos que no deberíamos considerar, que es esa idea tácita que nos permite violentar los derechos de los otros simplemente porque a mí no me interesa cumplir la regla de oro, o porque yo de alguna manera me siento con el derecho de violentarla y ya está.
Entonces cabe preguntarnos: ¿qué clase de sociedad estamos construyendo, si ya no es relevante y oportuno respetar las emociones y valores del otro? ¿Cómo podemos vivir en armonía si no aplicamos las reglas de convivencia básicas?
Cuando desarrollamos empatía y comenzamos a validar en nosotros mismos los sentimientos de aquellos que nos rodean nos convertimos en mejores personas, creamos un clima más armónico y el día a día es más amable.
Si por el contrario, lo único que sembramos a nuestro paso es discordia y desconocimiento por los otros, nuestro legado es el del irrespeto y el abuso.
Claramente una sociedad así no puede sobrevivir, o por lo menos no podrá convivir.
Considerar al otro redunda en nuestro propio respeto. Es el reflejo de quiénes somos y que tan valioso es nuestro propio sentido ético. Nos permite construir una sociedad altruista, equitativa, noble y fuerte, la cual, gracias al tejido social que la conforma, constituye el mejor ejemplo de desarrollo.
Permite el fortalecimiento social y de paso redunda en el bienestar colectivo, donde la tolerancia, la solidaridad y la cordialidad vuelven a ser protagonistas en la construcción de nuestro entorno humano. No nos olvidemos que somos más fuertes como colectivo que como suma de las partes.
Dejar al lado el egoísmo y la desconsideración es una elección consciente que permite comenzar a aplicar esta regla de oro.
Finalmente todos merecemos vivir en una sociedad mejor. Los invito a revisar profundamente de qué manera podemos aportar este granito de arena.