Hace un par de meses, mientras esperaba a una amiga para almorzar, me encontré con un conocido a quien le reconozco una marcada vocación política. Naturalmente, nuestra conversación giró en torno a la política y las elecciones regionales del momento. Le expresé mi frustración por la frecuencia con la que escucho el chiste de “¿me das un contratico o qué?”, que se le hace a quien demuestre interés en involucrarse en la política. Estos comentarios, aunque siempre expresados con un tono jocoso, son representativos de un mal que se ha vuelto alarmantemente común en nuestra cotidianidad: el clientelismo.

A esta frustración expresada, el conocido en cuestión me contestó, palabras más, palabras menos: “No hay problema con que se le den los contratos a amigos, siempre y cuando lo hagan bien”. Tengo muy claro que lo dijo con las mejores intenciones, enfatizando la importancia del buen desempeño de estos contratistas a la hora de proveer a los ciudadanos con infraestructura y servicios de calidad. Sin embargo, el hecho de que no se dé cuenta de cómo esa mentalidad perpetúa la cultura clientelista que tanto daño le ha hecho a la región es preocupante. Me hace pensar que la cultura de ‘los mismos con las mismas’ es tan invasiva e históricamente prominente, que la costumbre nos ha cegado ante los efectos nocivos que produce.

Dar un contrato a dedo, o camuflarlo en un proceso de licitación con un solo oferente, les cierra las puertas a aquellos que no tienen acceso a los privilegios que conlleva conocer a alguien con poder o con palanca. Después de todo, según un estudio de la Cámara Colombiana de Infraestructura, el 90% de los procesos de contratación en los municipios regionales son sesgados y tienen un único oferente, siendo Barranquilla uno de los ‘municipios campeones’ en este tipo de contratación. El problema principal con estos procesos es que se amañan para beneficiar a aliados y allegados de políticos, posiblemente excluyendo en el proceso a contratistas más calificados que no pertenecen a ningún grupo privilegiado.

Las estadísticas pintan una situación preocupante, donde no se honra la meritocracia y se crean obstáculos gigantescos que frenan la inclusión y la democracia. ¿Qué posibilidad tiene, entonces, un ciudadano raso sin contactos políticos si insistimos en seguir privilegiando a la ‘élite’ barranquillera no solo por mérito, sino también por quien conocen? Muy pocas.

Se requiere total transparencia a la hora de otorgar contratos, o puestos burocráticos. Si no, condenamos a nuestra sociedad a seguir viviendo dentro de una burbuja elitista y clientelista a la que solo un puñado tiene acceso. En vísperas del tan publicitado posconflicto, desprendernos de semejante exclusión promovería una mayor armonía social y una sociedad local más democrática. Luego entonces, a este conocido con vocación política le digo: ¡abre el ojo!

juanfelipecelia@gmail.com