A propósito de mi columna titulada “Una paz mal comunicada”, fui invitado por la I.E.D. La Magdalena al Primer Foro por la Paz, realizado con el lema ‘Todos a trabajar para alcanzarla’. Asistieron 60 estudiantes de sexto a undécimo grado, de esta y otras instituciones, que oscilaban entre los 11 y los 17 años. Esperaban que les compartiera mis impresiones sobre los avances en La Habana. Sin embargo, antes que exponerles mis puntos de vista sobre este proceso quise experimentar su reacción al leer en pequeños grupos los preacuerdos publicados y luego exponer sus conclusiones.
La primera sorpresa fue la impresión de niños y niñas al ver estampadas allí las firmas, tanto de representantes del Estado como de guerrilleros. Este logro, que para muchos adultos pasa intrascendente, es visto por ellos casi como una metáfora en la cual la guerra se ha ido transformando en dos bandos enfrentados con bolígrafos en lugar de fusiles, intentando plasmar una historia marcada por la inclusión de palabras con apuestas de país, en lugar de combatientes; y en la eliminación de desacuerdos, en lugar de personas.
Un segundo hecho fue la confrontación de mitos. Un pequeño me preguntó en voz baja, como intentado no ser escuchado por el resto: “¿En qué parte de los documentos dice que se está entregando el país a las Farc? Yo veo que habla de tierras para los campesinos, pero no veo qué es lo que ellos ganan con eso”. Aparecían las contradicciones entre lo que encontraban allí y los discursos adultos y mediáticos que habían recibido con anterioridad.
Me llamó la atención la diversidad de posturas críticas frente al proceso, pero, sobre todo, la manera como llevaban a cabo la confrontación. Alguien cuestionaba si el hecho de que el país asumiera a través de impuestos inversiones para los campesinos no era convertirlos en unos “mantenidos”. La reacción de otro estudiante fue con el argumento de que, por el contrario, los campesinos han estado suministrando alimentos al país, manteniéndolo, aún viviendo en condiciones más precarias, razón por la cual merecerían mejorar. Más allá de la respuesta, me pareció admirable el tono con el que el niño invitaba a quien estaba refutando, a revisar su argumento y a retirar al menos la palabra “mantenidos”, la cual en sí misma consideraba ofensiva.
En cada exposición se notaba disposición de entender, de confrontar, y aún quienes tuvieron las posiciones más críticas terminaban con una invitación a apostarle a un país en paz, en el cual quieren seguir haciendo su vida.
Después de más de tres horas de lectura y conversación, en un ambiente muy apasionado y casi imposible de cerrar, pues hasta el final había muchas manos en alto, concluimos que se derrotaron adicionalmente dos mitos que dicen que a los niños, niñas y jóvenes no les interesa ni la política, ni los problemas del país.
Es clave involucrar en el diálogo a esta generación pues en ella estará la posibilidad de seguir construyendo la paz, no solo por la forma como asuman el trámite de sus conflictos cotidianos, sino también porque serán quienes voten en las elecciones que vienen, o en las siguientes.
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