El mundo entero cambia constantemente en todos los aspectos, y el ideológico es uno vital y trascendental. Quizás con excepción de algunos países asiáticos que mantienen incólume sus doctrinas, posiciones ideológicas y formas de gobierno, casi toda la humanidad evoluciona en este sentido, porque es razonable aceptar que también cambian los tiempos, las costumbres, los criterios, las características de cada pueblo, el concepto básico entre gobernantes y gobernados. Cuando Rousseau hablaba de un Contrato Social impactó una época en la que la esclavitud aún gravitaba de forma gigantesca en la humanidad, y el sometimiento laboral era sinónimo de poder.
Europa se da el lujo de mantener vigentes antiguas doctrinas ideológicas que rigen los destinos de sus múltiples gobiernos. Recientemente vimos el caso de Grecia: lo presenció atónito todo el universo, y de qué manera, en cuestión de pocos meses, detrás del telón de fondo de una grave crisis económica que destilaba iliquidez por miles de millones de euros, el mismo pueblo subió y bajó, ensalmó y degradó a sus líderes, mostrando estos una veleidad de prácticas políticas y no confesión de doctrinas políticas.
América Latina en este campo aceita con la máxima de Duverger, el maestro, cuando vaticinaba que los líderes conquistarían el poder sin mucho entendimiento con las ideologías políticas en vigencia en el mundo. América Latina tiene cien años de ser un ensayo periódico y a veces una caricatura de los ritmos altisonantes de poder, donde el caudillismo ha manejado la historia, y en donde países como Argentina, Bolivia, Ecuador, casi todos los de Centroamérica, poco o nada obedecen a criterios académicos de sólidas doctrinas políticas, porque se engolosinan con los apellidos de éxito político, con el caudillo de grandes carismas o con el poder que las armas han entregado a militares.
Venezuela, la hermosa, la noble, es castigada hoy día por una turbia visión de mescolanzas donde no se sabe a qué responde. Si es a un caudillo, ¿cuál es? Porque Maduro podrá ser lo que él desee, pero caudillo no es. Caudillo era Chávez, en medio de su chabacanería. Y lo mismo sucede con Bolivia, que le marchó a un novato que se volvió líder gracias a que enderezó la economía con la gran producción de minerales cotizados mundialmente, pero intelectualmente es un penoso comediante circense.
Lo importante, sacando a Uruguay y Chile, que sí permanecen todavía en la lista de estados que intentan respetar las ideologías clásicas por lo que ellas representan en el sentir de los hombres y en el destino de sus pueblos, y de pronto Colombia, que se ha dedicado en los últimos veinte años a la adoración del culto del caudillismo exagerado, diríamos que por lo menos en esta parte del continente empieza a nacer una positiva costumbre entre estados y mandatarios. Aprender a respetarse sus doctrinas de gobierno, sus formas de administrar y dialogar sin buscar de cambiar al otro. Esto ya es un avance en un subcontinente que todavía escribirá mucha historia en los años venideros, porque con tanta inestabilidad que hoy se percibe en quienes actualmente detectan el poder, pensamos que ¡cualquier cosa puede suceder! No por cambios ideológicos, sino por cambio de nombres, figuras y atrocidades doctrinarias de los que llegan.