Apreciado Juan Manuel:
Acuso recibo de su pública comunicación rebosante de las mejores intenciones. Como a todo colombiano, me asiste irrefrenable deseo para que nuestro país logre la paz. Junto con mis compatriotas lo acompañamos de corazón en tan loable propósito.
Por supuesto que hubiera podido compartir con Usted mis apreciaciones acerca de cómo recorrer el camino para llegar a un acuerdo justo con los insurrectos que han aceptado las vías del diálogo para someterse a las leyes y a las reglas de juego establecidas en las sociedades universales, con el propósito convivir en armonía.
Es insoslayable: juntos luchamos contra la guerrilla; su rol como mi colaborador en el Ministerio de Defensa fue factor importante para lograr doblegarlos y, así, poder llegar a la situación actual en la que, aún cediendo, hubiésemos obtenido un resultado favorable para la Nación.
Al no poder seguir yo a la cabeza de la defensa del país, lo escogí a usted para continuar en esa dura tarea, seguro de que con un buen criterio podríamos llegar a la meta deseada. Desafortunadamente, lo que era una oportunidad única para nuestra patria está a punto de convertirse en la peor calamidad de nuestra historia.
Desde que me convenció de ser su estandarte obtener, a cualquier precio, un acuerdo de paz, inicié mis manifestaciones públicas acerca de lo inconveniente que resultaría aceptar casi todo lo que exigía la contraparte. Los diálogos de La Habana mostraron, a partir de sus albores, una permisiva entrega en la que la laxitud y complacencia de su equipo negociador eran tan evidentes, que la mayoría de nuestra población empezó a criticar abiertamente lo que estaba pasando y comenzó a prepararse para afrontar la crisis vislumbrada en el horizonte.
El tema que hace tres años posiblemente era solo de un mal olor hoy no es necesario demostrar que está putrefacto, infecto. El arreglo es tan malo, nocivo y perjudicial para nuestros conciudadanos que ni siquiera la misma guerrilla se quiere salir de él. De hecho los cuatro gatos –gatos persas en este caso– que se acogerán al acuerdo ya declararon que aunque el plebiscito no lo refrende, ellos mismos honrarán la palabra empeñada y seguirán por la senda de la paz.
Así las cosas, respetado Presidente, si fuese probable que repasáramos lo acordado y que pudiésemos replantear una agenda no solo digna sino justa y razonable, yo aceptaría de mil amores su invitación. Lo creo posible teniendo en cuenta aquello de que “nada está definido hasta que todo esté definido”.
Lo demás sería avalar un contrato que, aunque tiene un objeto lícito y solo favorable para una de las partes suscribientes, sus términos lo tornan leonino de cara a los gobernados e inconstitucional frente a nuestro régimen jurídico.
Nos enseñaron y advirtieron que debíamos leer la letra menuda para no suscribir torpemente un convenio adhesivo. Sin embargo, aquí no hay letra menuda conocida y menos aceptada. Lo que tenemos es que deglutir un batracio gordo y sucio cuando podíamos haber elegido masticar y degustar, bien paladeadas, unas exquisitas y bien sazonadas ancas de rana.
A la espera de buenos resultados en el resto de su gestión presidencial, le reitero mis agradecimientos por su invitación que no puedo aceptar. Además de tardía es absolutamente inocua. Reciba un cordial saludo.
fernandoarteta@gmail.com