Es reconfortante pensar que en la sociedad van apareciendo señales de que las relaciones sociales se hacen más incluyentes, como por ejemplo la transformación de los roles de género, de tal forma que se superan asignaciones culturales que han sido discriminatorias.
Un ejemplo de ello es cuando se ve a los hombres incorporar dentro de su masculinidad el ejercicio del paternar, esto es, asumir más allá del proveer el sustento diario, el cuidado cotidiano de sus hijos e hijas. Tal vez permitir a los hijos hombres jugar con muñecas pueda haber contribuido, en algunos casos, a que se incorpore dentro de la propia masculinidad el cargar, limpiar, alimentar, jugar y toda una suerte de actividades afectivas y cotidianas con hijos e hijas, no como una simple ayuda a la mujer, sino como un ejercicio propio del ser padre.
Sin embargo, hay casos en los que hay una aparente transformación de roles de género que crean ciertas dudas sobre la superación de discriminación de la mujer. Hablo particularmente del ingreso de los hombres en la cocina.
Una de las críticas en nuestro contexto cultural es la reducción de los roles de la mujer al ámbito de lo doméstico y del cuidado, no solo en el hogar, sino de toda la sociedad. Esto ha conllevado a que se considere que son propias de su rol actividades como la limpieza y el cocinar para la familia.
En el caso de los hombres, sus roles se han definido para el ámbito de lo público. De hecho se han creado dichos que estigmatizan la presencia de los hombres en actividades domésticas como el que dice: “Los hombres en la cocina huelen a rila de gallina”.
Por ello, es curioso en la actualidad el incremento de hombres que no solo participan del cocinar, sino que hacen alarde del disfrute y de sus dotes culinarias. Llama poderosamente la atención que el hombre para entrar en la cocina la convierte en gourmet y lo hace como una actividad pública: Esto es, se involucra en la cocina bien a nivel de profesión, como un chef, o cocinando para invitados en una ocasión especial; pero no como la actividad de preparar los alimentos de manera cotidiana para la familia.
Es así que la palabra “chef”, usada para la labor del hombre, se la asocia más con la creación artística, mientras la mujer queda reducida al término cocinera, asociado más a la repetición diaria de los saberes aprendidos.
Leonardo Da Vinci, por ejemplo, tuvo su experiencia en la cocina. En algún momento de su vida tuvo un restaurante junto a Botticeli, pero la comida que proponía, más asociada a la creación culinaria como arte en lugar de la simple satisfacción de los estómagos, le llevó al fracaso en su momento histórico.
En todo caso, los hombres al convertirla en Alta Cocina la han transformado en una profesión casi que masculina, en la cual no solo son mucho mejor remunerados que las mujeres, sino que además monopolizan reconocimientos de calidad como las estrellas Michelin, que reconocen a los mejores restaurantes del mundo.
En la cocina, al contrario de la mujer, la imagen de los hombres se vende como figura sexy, justo al momento de aderezar un alimento con algún ingrediente exótico, por supuesto; jamás se incluirá aquel momento inexistente donde debería estar lavando ‘los chismes’ o trapeando la cocina.
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