En el año en que se conmemoran los cuatro siglos de la muerte de dos gigantes literarios, Shakespeare y Cervantes, es comprensible que haya habido poco espacio para recordar los 180 años del nacimiento de un poeta que, como Gustavo Adolfo Bécquer, ocupa un lugar menos eminente en el llamado canon literario occidental.
Es cierto que, incluso quien escribe esta nota, hacía tiempo que no frecuentaba las páginas de Bécquer, aunque, en compensación por ello, ha mantenido siempre en la memoria algunos de sus versos y, sobre todo, el recuerdo vívido y grato de la primera lectura que hizo de su obra lírica, lectura que, además, está asociada a una joya de bibliófilo.
Permítaseme, pues, contar una historia. Cierto día de diciembre, cuando era un chico de 15 años que leía poesía más que ningún otro género literario, hallé, en uno de los puestos de venta de libros de viejo en que abundaba la plaza de San Nicolás, un ejemplar que cautivó mi atención. Era una edición en pasta dura, encuadernada en una tela blanca que ya se veía cubierta de manchas y de una pátina gris. En letras verdes mayúsculas figuraban el nombre del autor, el título (Rimas) y una aclaración importante: “Primera versión original”. Había sido impresa en 1945 por la editorial Pleamar, de Buenos Aires, e incluía un poema de Rafael Alberti en homenaje a Bécquer, así como facsímiles de manuscritos del autor.
Fue mi mejor aguinaldo de aquella Navidad. Aún conservo el dulce sabor de aquellas mañanas y tardes en el patio de tierra de la casa, en que, a la sombra de un árbol tan tupido como rumoroso, leí uno tras otro, en riguroso orden, los 94 poemas del libro, marcando con una X en el índice los que más me gustaban.
Sabía de la importancia de Bécquer por las clases de literatura del bachillerato, pero lo que me incitó a leerlo fue una tácita recomendación de José Asunción Silva, a quien admiraba profundamente, y quien, en una carta escrita en 1888, dice: “Yo cambiaría dos tomos de crítica mal hecha por una sola cuarteta inédita de Gustavo Bécquer”.
Pocos años después, la poesía del andaluz sería divulgada por la música popular, sólo que con la descortesía, por parte de los ejecutores de ésta, de omitir su nombre en los créditos. Así, en 1979, el Binomio de Oro publicó la canción “De rodillas”, firmada por el compositor Octavio Daza, en la que se entreveran algunos versos de la famosa rima LIII; más tarde, en 1984, Willie Colón puso de moda “Gitana”, del cantautor español Manzanita, en cuya letra se interpola, sin apenas cambios, la rima XXXVIII.
Otra rima que, sin necesidad de difusión fonográfica, goza aún de mucha notoriedad es la IV, cuya primera estrofa termina: “Podrá no haber poetas; pero siempre / Habrá poesía”. Versos que hoy por hoy, oh Gustavo Adolfo, ante el crecimiento exponencial de los hacedores de poemas, habría que parafrasear así: “Podrá no haber poesía, pero siempre habrá poetas”.