A un año de las elecciones nacionales en Alemania, se han encendido todas las alarmas en la Unión Democristiana (CDU) de la canciller Angela Merkel. El domingo pasado, el partido sufrió una derrota inédita en Mecklenburgo-Antepomerania, un pequeño estado federado de apenas 1,6 millones de habitantes en el extremo nororiental del país donde Merkel tiene su distrito federal. Por primera vez en la historia de la posguerra, la CDU quedó por detrás de un partido de ultraderecha. La Alternativa para Alemania (AfD) consiguió el 20,8% del voto, frente al 19% de los conservadores, aunque el ganador fueron los socialdemócratas (SPD) con un 30%. Con estas elecciones, la AfD ya tiene presencia en nueve de los 16 parlamentos regionales.

El auge de este partido xenófobo y anti-euro tiene mucho que ver con la crisis de los refugiados y la política de puertas abiertas de la canciller Merkel, aunque últimamente la haya matizado. También en Mecklenburgo-Antepomerania, la llegada de inmigrantes -muchos de ellos huyendo de las guerras en Siria, Irak y Afganistán- fue el tema central de la reciente campaña electoral. Este hecho resulta curioso dado que la región, que formaba parte de la antigua RDA, tiene la tasa de extranjeros más baja de Alemania, con un 3%, y en 2015 solo acogió 23.000 refugiados de casi un millón que llegaron al país.

Parece obvio que hay más detrás del éxito de la AfD. Buena parte de los votos del nuevo partido de ultraderecha vino del partido neonazi NPD y de los poscomunistas de Die Linke, pero la mayoría fueron personas que no habían votado en el pasado. Aunque Mecklenburgo-Antepomerania ya no es el rincón pobre y abandonado que fue tras la caída del Muro, todavía hay mucha gente que se siente descolgada y al margen del sistema. Por ello, es erróneo pensar que el voto protesta desaparecerá en cuanto se haya solucionado el tema de los refugiados, cuya integración es un desafío enorme incluso para un país grande y rico como Alemania.

Sigmar Gabriel, el vicecanciller y presidente de los socialdemócratas, sacó una conclusión algo simplona pero acertada del resultado del domingo: “No debemos permitir que la gente tenga la sensación de que aquí solo hay dinero para rescatar a los bancos y para los refugiados, y no para nuevas escuelas o pagar pensiones”. Gabriel admite que las políticas económicas de las últimas décadas han dejado atrás a mucha gente en toda Alemania. Y es una reacción habitual del ser humano querer poner cara o nombre a los supuestos causantes de su desgracia. Algunos en Europa señalan al sistema capitalista, y han convertido la oposición al tratado de libre comercio con EEUU, el TTIP, en símbolo de todos los males. Otros se dejan seducir por el discurso populista que echa la culpa a los inmigrantes y extranjeros en general, caso del Frente Nacional en Francia, Donald Trump o los promotores del Brexit en Reino Unido.

A Merkel le espera un año duro para desactivar la amenaza del AfD, pero a estas alturas todo indica que la ultraderecha, con su nuevo disfraz, volverá a sentarse en el Reichstag de Berlín.

@thiloschafer