La tesis es de Mark Waldman, investigador adscrito al MBA de la Universidad de Loyola Marymount, y Andrew Newberg, director de Investigación de medicina integrativa en la Universidad Thomas Jefferson.
Las palabras –sostienen– pueden cambiar nuestra mente.
La cosa funciona así: A medida que los escucha, el cerebro va ubicando los vocablos en partes concretas de su estructura.
Si es un sustantivo específico, como ‘silla’ o ‘botella’, lo dibuja de inmediato en el lóbulo parietal; se complica en cambio cuando tiene que procesar conceptos abstractos como ‘libertad’, pues el lóbulo frontal izquierdo se ve precisado a hacer interpretaciones complejas.
El asunto es que los mensajes estimulan el cerebro. Lo estimulan para bien o para mal.
Las palabras negativas, por ejemplo, someten nuestras entendederas a un estrés inusitado, y las hacen reaccionar con miedo y angustia.
Como cuando el niño va raudo a meter los dedos en un enchufe y escucha a la distancia el grito de sus padres. El mensaje es claro: detente, no lo hagas, es peligroso.
Y ese alarido, con sus repercusiones, condicionará el actuar del cerebro en formación a lo largo de la vida, de acuerdo con los hallazgos de estos expertos en comunicación, espiritualidad y cognición, que acaban de reciclar los diarios Washington Post y The New York Times.
Pero entre las voces negativas, la reina del terror es la palabra No. Cuando ocurre, el cerebro de inmediato libera cortisol y esta hormona se dedica a buscarle la glucosa que necesita por los medios que sean posibles, inclusive destruyendo tejidos, proteínas musculares y ácidos grasos.
Por eso es que una persona proclive al No carece de sentido del humor, acusa irritabilidad constante y padece sentimientos de ira.
Cuando, en cambio, dice tres, cuatro o cinco expresiones positivas por cada negativa “termina construyendo un mejor y más saludable cerebro”, según aseguran los autores de Words can change your brain.
Hay que concentrarse, entonces, en palabras que proporcionen felicidad o bienestar, pues hacen que el cerebro libere dopamina, un químico de placer que marca en la memoria la sonrisa, el buen humor y la comunicación compasiva.
El problema es que si nos acostumbramos al miedo y la amenaza, nos volvemos negativos crónicos. Le pasa a sociedades, como la nuestra, que han estado inmersas en conflictos prolongados.
En esos casos el cerebro estará dispuesto a prestarle más atención a lo negativo.
Pero es una decisión, primero personal y luego de sociedad, quedarnos con esos pensamientos nocivos o darles definitivamente la vuelta.
La recomendación de los expertos es que volvamos a entrenar nuestros cerebro para acostumbrarlo a expresiones amables como amor, paz y sí, que al final reducirán el estrés, atenuarán enfermedades y nos harán vivir por más tiempo.
No es un desafío fácil pero, por fortuna, el cerebro de los colombianos aprende rápido por estos días.
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@AlbertoMtinezM