El Acuerdo de Paz, se suele pasar por alto, es un texto. Está hecho de palabras, tejidas, como la mortaja de Amaranta, en largas noches de insomnios y recuerdos de tantas guerras y desamores endémicos, en doscientos años de soledad, o en Cuba, o en Noruega, bien acompañado. El Acuerdo de Paz está formado por construcciones gramaticales cuyas resonancias semánticas, precisas o ambiguas, según el caso, nos perseguirán en la odisea de los años, los ritos y las costumbres. La historia es larga, la mirada, corta.

El Acuerdo de Paz es un texto, por lo tanto está hecho para ser leído, como sugiere Pero Grullo. Y lo que primero salta, y asalta, la vista es una redacción desaliñada, por decir lo menos. El primer párrafo, pretendiendo ser más papista que el Papa en cuestión de género habla, y dos veces, madre mía, de “los delegados y las delegadas”, cuando ya una mínima lógica, y la Real Academia de la Lengua, sostienen que el género, en las enumeraciones, no hace referencia alguna al sexo de lo enumerado, y por eso, en orden a no generar un resultado cacofónico o confuso, se elige el masculino para designar a unos y otras.

Si empiezo a diferenciar el género de cada sustantivo que emplee en una enumeración, al interior de la misma frase, sencillamente voy a armar un contubernio verbal, un galimatías de padre y señor nuestro, tal y como sucede con el primer párrafo del Preámbulo del Acuerdo de Paz, cuyo imperativo categórico debería ser la claridad comunicativa y no ese estilo un tanto “proustiano”, digo, por lo enredado. Más aún si a ello agregamos que las comas brillan por su ausencia. Ni hablemos del reiterado mal uso del gerundio.

Desde otro ángulo, y como hablamos de un acuerdo, que por definición nos remite a dos o más partes, resulta empresa por lo menos difusa diferenciar en qué momento del discurso habla el gobierno y cuándo las Farc en esta obra que nos recomiendan leer cual si fuera un clásico–ojo, no es lo mismo el resumen infantil que se nos ofrece en Youtube–. Ese misterioso “nosotros”, que aparece por aquí y por allá es sugestivo cuando se trata de literatura, al comienzo de Madame Bovary, por ejemplo, pero resulta de una imperdonable vaguedad cuando versa sobre un tema de esta dimensión trascendental. ¿A quiénes designa ese “nosotros”?

Pero más grave, en una primera lectura, me ha parecido el uso que se le da a la palabra “reversar”. Se habla, una y otra vez, de reversar un número indeterminado de procesos, entre ellos el de la misma paz. No obstante, ese vocablo, a la lupa del más pirata de los diccionarios, significa “volver, tornar”, y entiende uno, suponiendo por supuesto las buenas intenciones de todo el documento, que aquello que se pretende es justamente lo contrario: no volver ni tornar a condiciones anteriores de injusticia, odio y violencia. Esa palabra traiciona al texto, y resulta insólita en el país donde el poder y la gramática han ido tomados de la mano.

Ya quisiera uno es revertir, esto es, que una cosa vaya a dar en otra, así el infierno de la guerra en el paraíso de la paz. Y para ello comencemos, por favor, con un acuerdo bien escrito.

diegojosemarin@hotmail.com