Somos miles, pero para la mayoría no existimos. Nosotros, los que llevamos décadas formándonos como apasionados autodidactas, dedicados por completo a leer, escribir, investigar, pintar cuadros, forjar esculturas, actuar o dirigir obras de teatro y grupos de danza, nosotros, los que hemos hecho de la literatura, la poesía, y toda forma posible de arte y oficio una especie distinta de vida, el amor más visceral de nuestros trámites en este mundo, el sentido de nuestro ser y estar en un país, y peor aún en una ciudad, que no lee ni es sensible a este tipo de manifestaciones del alma humana y no conoce otros cultos y veneraciones que aquellos relacionados con el dinero y sus símbolos heréticos de poder, con la insaciable competencia por acumular cosas y hacer del consumo su única forma de vida.

Nosotros, los otros, los que llevamos décadas promocionando el libro, los hábitos lectores, y todas las formas posibles de darle la cara a eso que llaman “realidad” con los recursos inagotables de la creación artística. Nosotros, que no estamos incluidos en el discurso oficial, pues en los planes de desarrollo distritales, por ejemplo, ni siquiera se menciona la palabra biblioteca, o sea, se decreta que no existimos ni tenemos espacios ciudadanos, pues los libros, y el arte de leer, son nuestro ecosistema natural, aunque ello resulte incomprensible para el capitalista filisteo de la localidad.

Nosotros, a los que esta sociedad, que gasta obscenamente en lujos y bienes suntuarios cual si fuera el imperio romano, pero siempre nos pide rebaja, en la apoteosis del mal gusto, pues en realidad no tiene ni la menor idea de cuánto vale eso que hacemos, y que hemos tardado la vida entera en aprender a manejar con destreza. Nosotros, a los que todavía se nos condena al ignorante estereotipo del raro o el loco pues tampoco se posee una clara noción acerca de cuál es la misión de un escritor o una artista, su valiosa función social. Por favor, ni siquiera se entiende cuán valioso es el oficio de un profesor, enrarecido el ambiente por el culto pagano al dinero y los bienes materiales: “yo soy más importante porque tengo más cosas que tú”.

Nosotros, que vemos el proceso de paz como un asunto interno de cada uno, que se expresará algún día en una dinámica social participativa, y sabemos que la ruta del perdón apenas empieza en este país de tantas guerras, y de hecho puede llevarse unos dos siglos o más de esfuerzo abnegado de todos, y escuchamos esas alharacas, vanidad de vanidades, todo es vanidad, como la del Premio Nobel, cual ruido de fondo de unas búsquedas más profundas, verdaderas y a largo plazo, por ejemplo el diseño colectivo de una sociedad más justa, más equitativa, menos explotadora y alienada, que nos incluya a nosotros, los otros.

Los que no tenemos las manos manchadas de sangre, ni hemos explotado a nadie, ni hemos estado vinculados jamás con la guerrilla, el narcotráfico, los paramilitares o la infame casta política, pues hemos dedicado nuestras vidas a la búsqueda tenaz de nosotros mismos para encontrar la mejor manera de servir, con nuestras artes y oficios, a ustedes, los demás.

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