He escuchado más de una vez la frase según la cual vivimos en el lugar “de las no consecuencias”, es decir, uno donde una persona puede saltarse las reglas sin pagar consecuencias negativas, y por eso se sufre desorden, corrupción, violencia de género, etcétera.
¿Es esto cierto? La respuesta corta es no. Sí se pagan consecuencias. El problema es que ellas son inadvertidas, no directas e individuales y afectan a otras personas que no tenían nada que ver. Pagar este tipo de consecuencias resulta entonces incluso más pernicioso, refuerza el problema en vez de prevenirlo. Esto sucede con respecto al tremendo problema de la desigualdad e inequidad económica que vivimos: las consecuencias de la desigualdad la refuerzan en vez de solucionarla, en un trágico círculo vicioso.
Conviene mencionar los datos duros más recientes disponibles ofrecidos por el Banco Mundial. El coeficiente de Gini estimado para Colombia en 2014 es 0,53. Esto es una mejoría con respecto al 0,58 estimado para 1999. Es, de cualquier forma, demasiado elevado (reportes de la OCDE estiman un escandaloso 0,8 en el caso de la tierra, por cierto). Para poner las cosas en contexto, en USA, el país más inequitativo de los países ricos, el Gini estimado de 2013 es 0,41. En Canadá, uno de los países con más alta calidad de vida del mundo, en 2010 se estimó en 0,33.
Además del muy desagradable hecho de mirar niños con mirada triste vendiendo chicles (a veces hasta su cuerpo) ¿qué consecuencias se pagan por esta desigualdad? Los economistas del desarrollo aceptan casi unánimemente las siguientes. Primera, la desigualdad genera inestabilidad política. Segunda, disminuye la solidaridad y la fraternidad. Tercera, disminuye la cantidad y la calidad de la educación y los servicios de salud que recibe la mayoría. Cuarta, disminuye la cantidad y calidad de buenos proyectos productivos que se llevan a cabo. Por si fuera poco, suele crear un ambiente donde la preocupación central en las relaciones económicas es el “¿qué me toca a mí?”, en vez de “¿cómo vamos a hacerlo crecer?”.
¿Qué hacer, entonces? La respuesta corta es “establecer políticas redistributivas”. A primera vista esto no le agradará a los que están arriba. Si lo piensan más (¡sí, se necesita pensar y hacer sacrificios de corto plazo para construir un mejor lugar donde vivir!) estas políticas ayudarían a eliminar las perniciosas consecuencias de la desigualdad. En castellano: puede que hasta les convenga.
*Profesor del IEEC, Uninorte. Las opiniones expresadas aquí son responsabilidad exclusiva de los autores y no comprometen la posición de la Universidad ni de EL HERALDO.
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