El tirano irredimible de Nicolás Maduro ha desconocido la propia normatividad creada por las mayorías chavistas en su momento y le acaba de asestar un zarpazo más a la maltrecha democracia venezolana, bloqueando el revocatorio de su nefasto mandato. Son tan cínicos el dictador y sus áulicos que ni siquiera respetan las reglas confeccionadas por ellos mismos. Claro está que, cuando les conviene aplican, la ley; cuando no, la desconocen. Quizá, el rasgo más característico de la tiranía es ese: situarse por encima de la Constitución, cuando esta proscribe ciertos procederes, al tiempo que se aplasta a los contrarios con las mismas normas (interpretadas a necesidad), cuando es menester aniquilarlos.

No se equivoquen, queridos lectores: el presidente Santos está haciendo con el plebiscito lo mismo que Maduro con el revocatorio. La diferencia estriba en las formas y maneras, que no en el fondo. Maduro es un chabacán barriobajero de cuatro suelas, un hombre sin educación, que insulta y señala; Santos, un dandi que se muestra diplomático y conciliador, para hacer al final “lo que le da gana”. Antes de la votación del plebiscito, el presidente de todos los colombianos, así como algunos miembros del equipo negociador, advirtió que, de resultar vencedor el ‘No’, los acuerdos de La Habana se caerían por completo. Luego pasó lo impensable: se hundió el ‘Sí’, y la derrota mostró la verdadera cara del gobierno colombiano: una muy parecida a la de nuestro vecino.

El plebiscito se lo inventó el Gobierno; las pautas para ejecutarlo, incluyendo las trampas, fueron ideadas por las mayorías “enmermeladas” y recibieron, además, el espaldarazo de la Corte Constitucional, que se olvidó por completo de que su función no es la de promover a los mandatarios de turno, sino la de contener los excesos del poder, en clara observancia de la Constitución y la Ley. Hoy, los perdedores quieren hacerle un esguince a la voluntad del constituyente primario, a lo que el pueblo decidió soberanamente. ¿Y cuál es el plan? Pues utilizar a la Corte Constitucional nuevamente para revivir un muerto que ya está enterrado: el plebiscito no nació a la vida jurídica y, en consecuencia, no tiene validez alguna.

Es tan grande el odio del Gobierno por la oposición democrática, que prefiere pactar con el demonio, antes que dar el brazo a torcer ante la contundencia de los recientes hechos electorales. La Canciller y el equipo negociador hacen las veces de defensores de las Farc, cual Enrique Santiago. Señores: el enemigo no son los líderes del ‘No’: los adversarios históricos de la democracia y la institucionalidad colombiana son las Farc.

Ojalá que el Gobierno desista de su intención de birlar la decisión de las mayorías; de lo contrario, me temo que el país estará abocado a una confrontación sin precedentes. Ojalá los magistrados salientes de la Corte Constitucional, desesperados por alguna embajada o contrato de prestación de servicios, luego de abandonar sus cargos, no se presten para torcerle nuevamente el pescuezo a la ley. Son ilusiones nada más: el golpe viene en camino, y la tragedia está servida.

La ñapa I: Si el uribismo quiere ser una opción real de poder, debe pensar en Iván Duque.

La ñapa II: La Reforma Tributaria es necesaria. Lo que si no dicen es que el país está quebrado, por gastos innecesarios.

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