Un estudio de la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP) ha concluido, desolado, que uno de cada cuatro medios se autocensura en las regiones. Se trata de poblaciones aisladas, asediadas por paramilitares, bacrim y en el territorio de algún frente guerrillero. La peste en esos lugares es la mala información y esa sensación de limbo, es decir, no saber qué pasa, ni qué es rumor y qué es información. Tradicionalmente se hacía una información clara y concreta que orientaba la agenda de la población. Hoy eso no es posible y los medios se han dejado arrastrar hasta el borde o de la información ligera e insustancial, que no llama la atención sobre lo que debe ser tenido en cuenta, o del silencio total.

Pero el periodismo no está para callar ni para ausentarse; está llamado a hacer compañía y a orientar a través de la información. Cuando deja de cumplir esas funciones pierde su razón de ser, o se da el caso vergonzoso de que mantiene las publicaciones para cobrar ese 40% de sus ingresos que le llega por la publicidad oficial.

Pero esta es solo parte de la deserción de la prensa que se está registrando en el mundo. De esa deserción resultó la elección de Trump. Con razón la pregunta acusadora más frecuente ha sido la de quién se inventó a Trump. Era un animador de televisión con éxito, empresario de Miss Universo; y de propiedades inmobiliarias y sin ninguna intervención en política; pero de esa materia prima, lógicamente, no debía salir un presidente. Y sin embargo salió. ¿Cuál fue el deus ex machina que logró esa inimaginada creación? Pocos lo dudan: Trump es una creación de los medios que creyeron estar ante una noticia curiosa.

La deserción de la prensa comenzó con su pasividad para recibir y transmitir unos contenidos que ni supo ni quiso someter a crítica. Si los contenidos eran xenófobos, así se reproducían como una verdad absoluta, sin la necesaria contextualización crítica. El periodismo dejó de cumplir esa función crítica con que protege a las audiencias del discurso mentiroso o apasionado de los políticos.

Un papel parecido cumplió la prensa colombiana en el debate del ‘Sí’ y del ‘No’. Se limitó a reproducir, a la letra, el discurso malintencionado con que se pretendió indignar al lector, como condición para que votara en contra, tal como lo describió aquel jefe de comunicaciones que, por fin, dijo unas verdades sobre el proceso.

Cuando la prensa se vuelve pasiva y renuncia a su indispensable función crítica, la población queda indefensa y expuesta a las prácticas de manipulación que los políticos quieran aplicar.

Tan grave como un periodismo partidista es un periodismo en fuga que acepta pasivamente los contenidos que le ofrecen. Es un periodismo sin criterio ni pensamiento. Las cosas cambiarán para mejor el día en que ese periodismo tome parte para beneficio de todos, con una información inteligente, crítica, a pesar de los riesgos que puede comportarle.

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