El presidente Julio Cesar Turbay Ayala, tristemente célebre por su “compromiso” de: “reducir la corrupción a sus justas proporciones” durante su mandato, no solo fue objeto de burlas y críticas de campaña en 1978, sino que lapidariamente labró en piedra la realidad del flagelo más endémico que históricamente ha desangrado la sociedad colombiana: la Corrupción. Se equivocó Turbay al pretender reducir la corrupción a sus justas proporciones, en tanto la corrupción como acción o efecto de corromper o corromperse debe ser eliminada de la sociedad. Es decir, no hay proporciones que justifiquen de alguna manera la corrupción, todos debemos trabajar para que la corrupción en Colombia sea cero, no exista en lo público ni en el sector privado.
En la esfera social y política nacional desde antaño la corrupción se ha multiplicado exponencialmente, abordaje que debe verificarse no solo desde lo jurídico penal, sino como fenómeno social, económico, político y cultural. Estudios de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, indican que: “En ese contexto, el fenómeno de la corrupción se presenta no tanto como episodios más o menos frecuentes, sino que están acompañados de la inmunidad de sus ejecutores y de una impunidad ligada a la actividad/no actividad del sistema penal. Por ello es insuficiente sociológicamente abordar este fenómeno desde una posición solo jurídica-moral y requiere de explicaciones sobre la sociedad en su conjunto, sobre el orden social y las instituciones que lo hace posible”.
Para otros la corrupción es congénita, aunque parezca risible o descabellado, no existan estudios empíricos o científicos serios que así lo demuestren, no se explica como una sociedad es tan proclive al fenómeno de la corrupción generalizada. Lo cierto es que la apología de la corrupción invade a los colombianos a través de las series de televisión, el delito está íntimamente ligado a la parrilla de programación de la televisión colombiana, el dinero fácil producto del ilícito, narcotráfico, esnobismo e infide
lidad, son los “platos fuertes” en horario AAA, sin control material alguno. Así mismo, expertos indican que la corrupción esquilma al estado colombiano entre 22 y 65 billones de pesos al año. Frente a este aciago panorama cada colombiano debe asumir el compromiso de no incursionar en prácticas corruptas y denunciar hechos de corrupción.
Entretanto la televisión colombiana debe: 1. No hacer apología del delito en su parrilla. 2. Los medios noticiosos seguir haciendo público hechos de corrupción y exigir sanciones ejemplarizantes. Y, 3. Difundir el repudio nacional hacia la corrupción.