Ríos de personas marcharan hoy en Barranquilla para celebrar, una vez más, el fin de la guerra de los Mil Días con una batalla de flores en vez de una de balazos, tal como viene ocurriendo desde el 21 de febrero de 1903 en esta región del país.
Durante cuatro días la mayoría de los que habitamos esta ciudad, y los que nos visitan, marcharemos hacia los eventos centrales de nuestro querido y siempre esperado carnaval. Unos y otros irán a los lugares que les permitan observar a los que también marchan como actores, que seguramente ya lo han venido haciendo en los eventos previos a la celebración de las carnestolendas, que, como dijo Ramón Rojano, promueven la alegría y el optimismo y refuerzan la sensación de que la vida vale la pena ser vivida.
Otras sensaciones y otras aspiraciones, algunas sin alegría y hasta con el riesgo de perder la vida, han estado presentes en marchas que el mundo todavía recuerda. Una fue la Marcha del Ejército de Coxey en 1894, por medio de la cual se le pedía al gobierno de EE.UU. que los desempleados fueran contratados para la construcción de nuevas carreteras y obras públicas. Otra fue la Marcha de la Sal en 1930, liderada por Mahatma Gandhi con el fin de impedir que el imperio británico cobrara un impuesto a la producción y venta de sal en la India. Cuatro años más tarde en China ocurrió la llamada Larga Marcha, recorrida por el Ejército Rojo de Mao Tse Tung al huir del ejército comandado por Chiang Kai-shek, pero que al final fue el preludio del triunfo del primero sobre el segundo.
Se recuerda la Marcha sobre Washington por el trabajo y la libertad, encabezada por Martin Luther King Jr en 1963, en contra de la Ley de Jim Crow que desde 1876 legalizaba la separación de negros y blancos. Al final tal discriminación fue eliminada por la Ley de los Derechos Civiles en 1964 y por la Ley del Derecho al Voto en 1965.
En 1976 se dio la famosa marcha de Soweto en Johannesburgo, Sudáfrica, en contra del Decreto Medio de Afrikáans, como antesala de la abolición del Apartheid; y cómo no recordar la de las Mujeres de Liberia por la Paz en 2003: ellas, cansadas de dos brutales guerras que por 14 años vivieron, lograron poner fin al conflicto y llevar la paz a su pueblo.
Algo de lo uno y de lo otro hemos vivido en Colombia, pero casi todas las que se han realizado han tenido como pedido y elemento común el cese de la violencia y la búsqueda de la paz que por más de cincuenta años nos había sido esquiva. La Marcha del Silencio en 1948, liderada por Jorge Eliécer Gaitán, exigía el cese de la violencia. La Marcha por la Paz y la Vida en 1997, que se llevó a cabo en Caquetá, pedía lo mismo y la liberación de unos secuestrados que por fortuna se logró. De manera reciente tuvimos la Marcha por la Vida en 2015, en la que todos, sin ideologías como límite, exigían el respecto a la vida y el cese de la violencia.
Unas y otras han contribuido al logro del cese de un conflicto y la eliminación de la violencia como forma de hacer valer un pensamiento o una ideología, lo que hoy se evidencia en la marcha que han emprendido desde las montañas miles de guerrilleros que abrazan con alegría y optimismo una paz liderada por el presidente Santos, que de seguro les debe reforzar la sensación de que la vida vale la pena ser vivida por ellos y por el resto de los colombianos, tal como lo hacemos en el Carnaval de Barranquilla.
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