La Unión Europea tiene muchos frentes estos días: el bréxit, la crisis de los refugiados, el auge de la ultraderecha ante las elecciones de Holanda, Francia y Alemania este año o la incertidumbre sobre el rumbo de la administración norteamericana de Donald Trump. Quizás por ello no se está prestando la debida atención a la vuelta de un viejo fantasma que había provocado la mayor crisis de la UE hace poco tiempo: el rescate internacional de Grecia. Estos días, en Atenas se están revisando las condiciones del tercer programa de ayuda entre el gobierno heleno y sus deudores: la famosa troika de Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional (FMI), que se ha convertido en un cuarteto al sumarse el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), un vehículo creado por los europeos para coordinar las ayudas.

Son negociaciones muy duras al pie de la Acrópolis. El cuarteto quiere imponer al Ejecutivo de Alexis Tsipras, del partido de izquierda Syriza, una nueva vuelta de tuerca en las políticas de austeridad –como recortes en las pensiones y más impuestos– a cambio de autorizar un nuevo tramo de dinero sin el cual Grecia no sería capaz de devolver los más de 7.000 millones de euros de créditos que vencen en julio. Sin embargo, en el cuarteto de acreedores han emergido serias diferencias en cuanto a cómo proceder con Grecia. Recientemente, el FMI constató que la deuda pública helena era “insostenible”, algo en que coinciden la mayoría de economistas, ya que llega a casi el 180% del Producto Interior Bruto del país, unos 311.000 millones de euros. Por ello, el organismo de Washington exigió una condenación parcial de la deuda a Atenas como condición de seguir participando en el rescate.

Esta demanda del FMI ha chocado frontalmente con la posición de los europeos, especialmente Alemania. El gobierno conservador de Ángela Merkel no quiere ni pensar en aligerar la carga a Grecia, a pocos meses de las elecciones parlamentarias alemanas de septiembre. La canciller tiene por delante una dura batalla para mantenerse en el poder ante el inesperado auge de los socialdemócratas liderados por Martin Schulz. Cualquier concesión a Atenas sería inaceptable para buena parte del electorado de Merkel y su ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, ya ha subido el tono contra Tsipras.

Ante este escenario parece que el FMI ha cedido y se pospondrá la decisión sobre una posible condonación de la deuda para el año que viene, cuando caduque el tercer programa del rescate. En un más que probable cuarto programa, el Fondo ya no participaría. Por ello, los alemanes ya están trabajando en convertir el MEDE en una especie de Fondo Monetario Europeo, un organismo que coordinaría y supervisaría las crisis en el continente en vez de la Comisión Europea, como ahora. En Berlín, al parecer, se plantea que el presidente del MEDE, el alemán Klaus Regling, pueda continuar al frente de este nuevo FME. Eso si los socios europeos se tragan un plan tan germánico.

@thiloschafer