Desde niña, mi madre me decía: “Cuando tengas hijos entenderás muchas de las cosas que hago que te generan rabia y/o descontento, y más adelante entenderás que todo fue motivado por el amor incondicional que te tengo”.
Años después, y ya con una hija de casi dos años, debo decir que mi madre tenía razón. El amor de una madre es incondicional e infinito, y gracias a ella tengo las bases para darle a mi hija lo mejor que puedo con aquello que tengo. Es por eso que hoy, que ya se aproxima el Día de la Madre, quiero darle las gracias a la mía –a esa mujer que me enseñó todo lo que soy y todo lo que seré– y a todas aquellas madres, cuyo amor infinito hacia sus hijos se plasma en todas las esferas de sus vidas.
Ser madre no solo es cuestión de cambiar pañales, dar teteros y hacer compotas; también significa cambiar tu forma de pensar, tú forma de distribuir el tiempo y de tener una razón de ser para el resto de tu vida.
La maternidad implica empezar a pensar doblemente: tanto por sus hijos como por ella. Es una tarea que no es sencilla ni divertida en todo momento; trae muchas sonrisas, pero también lágrimas y preocupaciones. El oficio de ser mamá te lleva a ser casi una chef o atleta profesional; conlleva horas corriendo detrás de tus hijos y miles de días inventando formas creativas para camuflar las verduras, los granos y las frutas.
No hay nada más difícil para una madre que decirle no a sus hijos; ver a nuestros hijos caer, frustrarse, desperdiciar sus talentos y/o capacidades duele en el alma. Sin embargo, es fundamental tener claro que los límites son necesarios para su formación y carácter.
Si bien los hijos son la vida de una madre, eso no significa que una madre deba vivir por sus hijos, pero deriva en que hay dedicarles y compartir lo máximo que podamos con ellos; teniendo en cuenta que debe permitirles desarrollar su propio ser sin caer en la trampa de la sobreprotección.
Una madre no quiere que sus hijos no enfrenten ningún tipo de adversidad a lo largo de su vida; por el contrario, quiere que sus hijos se enfrenten a tormentas y aprendan a navegar en alta mar. Como madres, sabemos que nuestros hijos deben aprender a defenderse ante los obstáculos y ser resilientes. Las madres son detectoras de emociones, conocen a sus hijos mejor que nadie y saben cuándo no están bien solo con mirarlos. Además, son invencibles, se enfrentan al mundo, superan sus miedos, sacan sus nuestros hijos adelante y los defienden y protegen más que a nada en la vida. No existe mejor manifestación de la valentía y del amor que el amor de una madre.
Es por eso que hoy, y todos los días, les damos las gracias, porque las madres son las personas más fuertes del mundo, pues su mayor debilidad es también su mayor fortaleza, y esta será siempre el amor hacia los que aman y sus infinitas ganas de vivir.