La invitación que me hizo el programa de Cátedra Barranquilla, de la Universidad del Norte, me hizo reflexionar sobre un balance de nuestra ciudad, ejercicio difícil, pues ante cualquier mirada crítica surgen las acusaciones de ‘enemigo político’, producto del unanimismo reinante en la ciudad. Pero como dice el ministro de Salud Alejandro Gaviria en su libro Alguien tiene que llevar la contravía, el análisis de los hechos nos cura de pesimismos injustificados y optimismos sin fundamento.

No hay duda de que si se pregunta si nuestra ciudad ha tenido un crecimiento económico importante en los últimos diez años, la respuesta tiene que ser afirmativa, pues los diversos indicadores así lo confirman. Sin embargo, cuando este crecimiento se compara con ciudades muy dinámicas del país, tampoco ha sido este crecimiento excepcional. He manifestado que en la ciudad se dio cierta tormenta perfecta, cuando en estos años ha coincidido una buena gestión pública con una alta inversión pública de la Nación y una buena promoción de la ciudad ante las expectativas que generó el TLC, aunque los resultados han sido modestos. Hemos mejorado en indicadores sociales de educación, salud, infraestructura, parques, canalización de arroyos, nuevas urbanizaciones y mejora de espacios públicos, lo cual ha sido evidente.

Sin embargo, la ciudad enfrenta retos serios que a mi juicio se pasan por alto. Además de la debilidad de la sociedad civil, la baja participación ciudadana y la pasividad de un Concejo que no debate críticamente las propuestas de la Alcaldía, sin duda afrontamos retos serios de seguridad y falta de inversión social en las zonas excluidas y deprimidas de la ciudad. No basta enfatizar en la educación. Hay que examinar la dinámica del empleo en una ciudad con una informalidad del 55%, a pesar de bajas tasas de desempleo. No generamos buena calidad en los empleos y nuestro desarrollo industrial es letárgico, sin novedades en el frente. Exportan los mismas empresas de siempre. Paralelamente a ello, preocupa la sostenibilidad fiscal a largo plazo del Distrito. Ya en el 2011 teníamos deudas por vigencias futuras por $825,4 mil millones hasta 2030.

El actual Concejo aprobó el año pasado cinco acuerdos con vigencias futuras hasta 2035. Ahora, volvió a aprobar más vigencias futuras por $297.375 millones, donde los compromisos para los Juegos Centroamericanos nos enredan con deudas por $110.850 millones en este paquete, cuando creíamos que la Nación pondría el grueso de ello (aquí hay $79.600 millones para “apoyo técnico y logístico” lo cual no se sabe qué será: ¿asesorías, diseños, sueldos de quienes administran los juegos?). Para lo anterior también se autorizó un crédito por $200.000 millones, que parece ayudarán al rubro de los juegos. En fin, deuda y más deuda, pagadera en el futuro: “Las obras quedan y las deudas siguen”, diría uno. De acuerdo al balance del Distrito, a dic. 31 de 2016, se debían $1.6 billones en pasivos corrientes, contingentes y de largo plazo. Sin duda Barranquilla progresa, pero alguien debe esclarecernos el valor de todas las vigencias futuras que nos empeñan hasta 2032. ¿Será que el contralor distrital ayuda? ¿Sale de su mutismo?