Muchos mandatarios, sobre todo los departamentales, se abrigan hoy bajo la conducta de concertar todo o casi todo. Creen que componer, pactar, ajustar o arreglar algo es saludable y aconsejable, porque consideran que no tienen la competencia para tomar una decisión; o lo hacen cuando creen que no hay norma que les disponga la conducta a seguir o porque están convencidos de que la ley los obliga a la concertación para decidir sobre un asunto de fondo.

Ese comportamiento es y debe ser la excepción, pues la regla general dispone que esos mandatarios, así como todas las demás autoridades, solo pueden hacer lo que la ley les permite, al punto de que son responsables de los actos en los que omitan cumplirla o se extralimiten en su cumplimento.

A título de ejemplo, si uno revisa las funciones y las competencias que la Constitución y la ley dan a un gobernador observará que la mayoría de ellas tienen como verbos rectores el de cumplir, dirigir, cuidar, ejecutar, revisar, estatuir, ordenar, dictar, crear, suprimir, etc. El verbo concertar sobresale por su ausencia, pero este lo vienen conjugando algunos gobernantes de tal manera que dan la impresión de que lo usan como pretexto para no hacer lo que la ley ordena.

Crear una comisión o comité para estudiar algo; evaluar jurídicamente una propuesta o lo que se debe hacer y ahora concertar una decisión son formas o mecanismos mediante los cuales el Poder Ejecutivo evade, diluye, evita, se abstiene y se demora en tomar decisiones, al punto de que los ciudadanos piensan que están frente a un gobernante débil, indeciso, inseguro y dubitativo, que vive en la angustia permanente de no querer equivocarse, y en consecuencia no hace nada.

Marcelo Bergman, doctor en sociología y profesor del Centro de Investigación y Docencia Económicas de México, afirma que hay tres razones fuertemente interconectadas que explican este tipo de conductas, que inevitablemente llevan al fracaso.

La primera es la ley del poder simétrico. A mayor poder del gobernante, mayor es la probabilidad de que se equivoque y por ello concertar es la figura perfecta, ayudado, entre otros, por los que dependen de él y aspiran a escalar en el poder, que no se animan a enfrentarlo a pesar de que perciben que está cometiendo errores. La política es cruel y los que le aplauden esperan agazapados la oportunidad, y cuando huelen la debilidad se lanzan sobre el gobernante para herirlo de muerte.

La segunda es la lógica del éxito auto sostenible. Cuanto mayor haya sido el éxito inicial, menor es la capacidad de ajuste a cambios severos. Quienes han tenido éxitos resonantes en la política pública se sienten reivindicados con sus propios aciertos y comienzan a creerse invencibles e implacables hacia dentro y muy concertadores hacia afuera.

Y por último Bergman habla de la fortaleza de la amenaza latente. Cuanto más seria sea la probabilidad de una derrota por el actuar, las comisiones, comités, evaluaciones jurídicas y la concertación se vuelven el pan de cada día para el gobernante, con lo cual el círculo de la inactividad se mantiene activo, mientras el ciudadano asombrado espera que alguien decida y actúe.

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