La violencia y la sevicia empleadas por la narcodictadura de Nicolás Maduro contra el pueblo venezolano y la oposición democrática es intolerable y rebasa con creces parámetros de crueldad desplegados en otras latitudes, por individuos no menos despreciables que el oligofrénico que (al menos en apariencia) regenta la fracasada y manida revolución chavista. No es un secreto que el “gigantón descerebrado” en comento fue puesto en la Presidencia por los hermanos Castro Ruz, sátrapas y opresores de conocida tradición en el mundo: convencieron a un moribundo y asustado Hugo Chávez para que designara como sucesor a Maduro, porque era obvio que necesitaban a alguien fácil de manipular.
Nada más influenciable que una persona sin educación. Es el mismo oscuro principio aplicado por la clase política corrupta de Colombia, aquella que no solamente roba a manos llenas, sino que, además, busca a toda costa mantener al pueblo en las penumbras de la ignorancia, para hacer de la gente una masa sin criterio, a la que llevan al matadero cada vez qué hay elecciones. Chávez era consciente de lo que hacía y tenía un propósito perverso, al igual que su mentor Fidel: que la retorcida ideología comunista se radicalizará en la tierra de Bolívar; y, para lograrlo, nadie mejor que un “indigente mental” como Maduro. Es, pues, el régimen cubano el que manda en la hermana nación, o, por mejor decir, en lo que queda de ella. Para la muestra un botón: el arresto domiciliario de Leopoldo López es una jugada política del régimen castrista, que tiene como objetivo legitimar al Tribunal Supremo de Justicia y, de paso, a la constituyente, que busca desaparecer cualquier vestigio de democracia.
Lo acontecido esta semana en Venezuela debe convertirse en el “florero de Llorente” que dé paso a la caída definitiva de la narcodictadura enquistada en el palacio de Miraflores, en la rama judicial y demás dependencias públicas, corroídas por el cáncer del mal llamado Socialismo del Siglo XXI. Las imágenes de varios diputados de la oposición bañados en sangre, como consecuencia de la paliza propinada por grupos paramilitares promovidos por el propio vicepresidente de Venezuela, otro maldito mafioso, deben despertar de una buena vez la conciencia colectiva del planeta. Colombia, por ejemplo, no puede seguir enviando insulsas y desabridas notas de protesta, para no molestar a los señores de las Farc (socios de los chavistas), a quienes no les interesa que Maduro, Diosdado y compañía salgan del poder, porque ese precisamente es el mismo modelo político que la guerrilla quiere imponer aquí.
Los venezolanos de bien y la comunidad internacional en pleno deben entender que la muerte de Nicolás Maduro se hace necesaria para garantizar la supervivencia de la República. No se trataría de un asesinato común, sino de un acto patriótico que está amparado por la constitución venezolana y que resulta, por demás, moralmente irreprochable.
La Napa I: Cuando Maduro ofende a Santos, no solamente ataca al Presidente; nos irrespeta a todos los colombianos. Es bueno tenerlo claro para rechazarlo.
La Napa II: Ya era hora de que la Procuraduría iniciara investigación disciplinaria contra tres “impolutos” del régimen: Mauricio Lizcano (la cara de imbécil mejor administrada del país) y Gini y Ceci (las traviesas por excelencia).
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