Es un término tomado de la física para referirse a la capacidad de resistencia de ciertos materiales que son capaces de doblarse sin romperse para luego recuperar su forma original. Fue aplicado a la psicología y psiquiatría para definir a individuos, familias o grupos sociales que, a pesar de sufrir condiciones adversas o traumáticas desde el punto de vista psicológico, son capaces de adaptarse de manera positiva y, más aún, salir fortalecidos. Inicialmente se vio como una capacidad innata de esas personas o grupos, pero luego se comprendió como un proceso en el que entran en juego factores de diversa naturaleza desde lo individual a lo social y lo cultural. Los individuos o grupos sociales resilientes no nacen, se hacen.

Uno de los factores que determina la capacidad de las personas o los grupos es el apoyo del entorno. Las personas no saben si son resilientes o no, es la experiencia traumática la que puede despertar las habilidades para superar el trauma, pero para que eso ocurra debe haber un tipo de intervención que las descubra y las desarrolle. Para los individuos puede ser un psicólogo o psiquiatra, para los grupos sociales debe ser, definitivamente, un Estado que sea capaz de promover políticas de protección y tratamiento, así como la garantía de un futuro como sociedad.

Colombia es un extraordinario laboratorio de estrés psicológico en el que el trauma individual, familiar y social se repite con tal intensidad y frecuencia que todos nos preguntamos, con justificada razón, si tenemos futuro como país porque el presente es incierto, no sabemos con claridad en qué nos vamos a transformar después del largo proceso de estar matándonos entre nosotros en razón de unos argumentos, válidos o no, que crearon un clima de guerra al que no se le ve final, porque hoy puede ser con las armas y mañana con la palabra, pues, nos hemos convertido en una sociedad violenta en la que imponemos nuestro criterio a las buenas o a las malas.

Se puede y se debe resiliar en el conflicto y después de él. Una persona sometida a un estrés de cualquier índole –abuso sexual, maltrato, matoneo– requiere una intervención inmediata para mitigar el dolor y, después, un mantenimiento del tratamiento. Una sociedad como la nuestra, sometida a todo tipo de estresores individuales, familiares y sociales, y en particular por la guerra y la violencia verbal, urge una intervención inmediata, al menos para lograr un estado de coexistencia pacífica en el que podamos darnos cuenta del potencial que tenemos para salvarnos como sociedad.

Paralelamente con los acuerdos de paz deberían elaborarse los acuerdos para la salud mental de un país que no para de agredirse de muchas formas que van desde el asalto callejero a la violencia intrafamiliar o el feminicidio, de la guerra de pandillas hasta la guerra verbal entre los políticos; y la corrupción como el adorno del pastel.

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