Las cuestiones medioambientales de los plásticos, en sus diversas formas, no son nada nuevo. En 2004, por ejemplo, las Comunidades Europeas ya habían mostrado su preocupación ambiental por el destino final de las suelas gastadas, de zapatos a base de polivinilos (PVC), para evitar su incidencia toxicológica en los basureros públicos y sobre todo para aplicar un plan de recuperación, muy conveniente para sus fabricantes, evaluando el ciclo de vida de estos productos. En el año 2011 participé en un estudio sobre estas suelas de calzado, aquí en Colombia, y supongo que dicho estudio fue conocido por todos los fabricantes de productos de plástico. Pero solo ahora, tras la puesta en marcha de la Resolución 668 de 2016, es cuando aparecen los reclamos de los productores de las bolsas plásticas en Colombia, y cuando ha entrado en vigencia el cobro de veinte pesos por cada bolsa de plástico usada para empacar las compras en las tiendas. Los expertos piensan que este cobro tiene como objetivo desestimular el uso de las bolsas, que en treinta minutos cumplen su vida útil, pero que pueden tardar hasta 300 años en degradarse. Y ya todos sabemos que llegan al mar a través de los ríos de cada país, siendo los más contaminantes el Yangtzé, de China, y el Ganges, de la India, con nuestro río Magdalena también entre los más portadores. En las tiendas y supermercados se está observando que algunos clientes prefieren no usarlas y es posible que las empresas fabricantes comiencen a disminuir sus ventas, con gran riesgo de reducción de su fuerza laboral. Pero, paradójicamente, el cobrar la bicoca de veinte pesitos por cada bolsa de empaque ha sido la única forma de que los fabricantes colombianos piensen serenamente en la promoción de bolsas reciclables y no contaminantes que disminuyan o interrumpan este gran problema para los animales marinos en el que Colombia participa, “sin querer queriendo”. Las estadísticas mundiales reportan cinco billones de pedazos de bolsas de plástico recorriendo los océanos.

Tremenda labor en las manos de la industria del plástico, en el comercio detallista y en los hogares de Colombia, porque además de la necesaria comprobación de la ‘reciclabilidad’ de cada bolsa, se necesita que los recolectores (no los basuriegos) y las mismas empresas productoras se metan en el ciclo de vida de las bolsas reciclables, y tengan personal técnico que apruebe su recolección en casas, apartamentos, restaurantes, canecas de basura, rutas de recolección y en los propios basureros, y así iniciar el reciclado de nuevas bolsas u otros productos. Por todo esto me permito considerar que dentro de la estrategia de Reducir su uso, Reutilizar las bolsas y Reciclarlas, lo más lógico y óptimo es reducir el uso de las bolsas de plástico, como se hace en Europa Occidental y Estados Unidos. Tarde o temprano evitaremos el pago de estos veinte pesitos llevando, desde la casa, una gran bolsa de maniguetas para transportar las compras, con lo cual evitaremos una problemática ecológica que ya se cuantifica en mil millones de bolsas nadando en los océanos, que atoran a muchos animales del mar y que tienden a concentrarse en islas de residuos de plástico, como la isla artificial que se encuentra en el Pacífico.

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