Temple Grandin, científica y defensora del bienestar animal, contaba en uno de sus libros una anécdota sobre un hombre que tenía un león como mascota. Por alguna razón tuvo que enviarlo por avión y a alguien se le ocurrió que el animal iba a estar más cómodo si le ponían una almohada. Resulta que el león se comió la almohada y se murió. Seguramente, quien le dio la almohada actuó de buena fe. El problema es que estaba pensando como persona, no como león.
En un país donde en el 2016 se talaron 44% más árboles que el año anterior, en contravía de los compromisos adquiridos en el Acuerdo de París sobre el cambio climático, me complace que un ciudadano de a pie se tome el tiempo de abogar por los derechos de un oso de anteojos.
En un país en el que el Gobierno pretende reducir su presupuesto ambiental a más de la mitad para el próximo año, a pesar de los retos que hoy enfrenta en esta materia, también resulta notable que #OsoChucho sea tendencia en Twitter.
Podríamos decir que todos, absolutamente todos, incluyendo el que interpuso el hábeas corpus, el magistrado de la Corte Suprema de Justicia que lo concedió, y los activistas de sofá, actuaron de buena fe.
También podríamos intentar decir la verdad sobre el oso, sin pretensiones de ser absolutos, pero sí con un sentido de responsabilidad hacia este animal y hacia los derechos de los animales.
El oso no puede irse, porque nació en cautiverio, creció en cautiverio y deberá permanecer en cautiverio, por su bienestar. El hecho de que haya nacido y vivido en una reserva no significa que nació en su medio natural. Por el contrario, siempre ha estado bajo el cuidado de personas y siempre ha dependido de éstas para sobrevivir.
El oso no puede irse, porque los animales que nacen en cautiverio o han vivido mucho tiempo entre nosotros tienen muy pocas posibilidades de sobrevivir por sí solos. Si lo devolvemos al lugar donde nació, tendría que vivir en cautiverio, y si regresa al lugar donde vivió la mayor parte de su vida, también.
El oso no puede irse, y si se queda no se va a morir de calor. No es verdad que los osos no pueden vivir al nivel del mar. La distribución de la especie va desde los 0 hasta los 4000 metros.
El oso no puede irse, porque está mejor en el Zoológico de Barranquilla. Hemos albergado osos de anteojos por más de cuarenta años y sabemos cómo cuidarlos. Está en compañía de una hembra de edad similar. Y, como embajador de su especie, nos permite reforzar las labores de educación para la conservación que realiza el Zoológico.
El oso no puede irse, así a usted no le gusten los zoológicos. Por su culpa, por mi culpa y por nuestra gran culpa los zoológicos son necesarios en un planeta en el que los animales deben vivir fuera de su medio natural, debido al actuar de nosotros, los humanos.
El oso no puede irse, porque, por querer protegerlo, vamos a terminar lastimándolo, como le pasó al león.
Presidente Asociación Colombiana de Parques Zoológicos, Acuarios y Afines - ACOPAZOA
@fajami