La izquierda colombiana –o al menos lo que se entiende que tal cosa es– ha sido muchas veces señalada de vivir entre la ideología retardataria del marxismo puro y la imposibilidad de traducir las ideas utópicas de los barbudos en gobiernos eficientes y realistas.

Algunos de esos juicios han sido alimentados por el tremendismo de quienes asumen a la izquierda como un peligro para la democracia liberal, basados en los resultados de algunos gobiernos de América Latina e, incluso, de los malos recuerdos del bloque soviético ya extinto. Estos prejuicios, sumados a la presencia permanente de las Farc en el escenario nacional, incluso han determinado episodios atroces como el exterminio de miles de militantes de la Unión Patriótica.

Sin embargo, la posición de los grupos políticos de esta corriente acerca de la actual situación de Venezuela genera opiniones que no pueden considerarse como prejuiciosas o estigmatizadoras. Desde que Nicolás Maduro es presidente, las condiciones del país vecino han venido agravándose en medio de una crisis económica, social y política cuyos responsables son, sin duda alguna, los siniestros personajes en el poder. La concentración de poderes, el desconocimiento de las instituciones, el desprecio por la inconformidad de millones de ciudadanos, la represión violenta de manifestantes, la supresión de elecciones, las detenciones sumarias de opositores políticos y ahora el intento por profundizar todos esos engendros a través de una ilegítima Asamblea Constituyente, no les parece a Petro, ni a Robledo, ni a Cepeda, ni a Abella, una cosa del otro mundo. Algunos de ellos no han dicho mucho; otros, contraviniendo las más básicas normas del sentido común, opinan que Maduro es un líder valioso, que la crisis es culpa
de Estados Unidos y de una posición de niños ricos y que en la elección del pasado 30 de julio se expresó con libertad el pueblo soberano. Ni una sola condena, ni una sola voz de protesta o de inconformidad.

Hay silencios que pueden comprenderse. Pero cuando un presidente da órdenes de arrestos en público, cuando amenaza a medios de comunicación, cuando elabora una lista de constituyentes sin ningún opositor, cuando impulsa grupos de civiles armados que patrullan las calles y disparan a multitudes, cuando desconoce las decisiones de un parlamento elegido por 14 millones de votantes, es imposible callar o hablar a favor del gobernante devenido en dictador.

Esta triste coyuntura venezolana es una oportunidad para que nuestra izquierda, nuestra muy necesaria izquierda, demuestre de qué material está hecha; si del viejo hierro de los autócratas pro soviéticos, o de la férrea pero flexible madera de los socialdemócratas. No es un asunto menor, porque en estas épocas en las que Uribe siembra el veneno de los aterrados dedos acusadores, el futuro político de una oposición seria, madura y sosegada a la ultraderecha retardataria que nos acecha, está en juego.

Ellos, los políticos de izquierda que tanto gritan a favor de la libertad, deben asumir de una vez por todas que no solo las dictaduras de derecha son terribles, que no solo era urgente alzar la voz contra Pinochet o Fujimori, y que es necesario condenar la barbarie cada vez que se exhiba, así sea perpetrada por quienes asumían como los más leales de sus amigos.

@desdeelfrio