Dentro de un mes las Farc tendrán partido, estatutos, reglas de juego y financiación del Estado; ese nuevo partido tendrá nombre en el Congreso que celebrarán desde el 26 de agosto los antiguos guerrilleros.

Será otro entre los nuevos partidos que vienen apareciendo como alternativas a los viejos partidos, conservador y liberal, que parecen haber entrado en un proceso de desaparición.

Como quiera que llegue a llamarse, el partido de las Farc ha puesto a prueba la muy escasa capacidad de tolerancia del país: clasificada como una de las más intolerantes sociedades nacionales del continente, Colombia enfrenta hoy el sistemático asesinato de líderes sociales, en su mayoría identificados como defensores de los derechos humanos. Es una intolerancia que hace ver la necesidad de que se atienda el reclamo de protección de los guerrilleros en vía de reinserción.

Para los que rechazan el reconocimiento del nuevo partido, no se trata de un gesto democrático sino de una concesión gratuita a un grupo de delincuentes, ven como una exaltación inmerecida ese tránsito desde el monte hasta el capitolio, le restan importancia y miran como un abuso que se les permita cambiar sus armas homicidas por los votos, sienten como un ultraje que a ciudadanos, soldados y policías de la patria se les ponga al mismo nivel que los miembros de ese nuevo partido. Son las razones de la intolerancia que desconocen las que fundamentan la legitimación del nuevo partido. Quizás no piensan que el rechazo crea las condiciones para que la violencia guerrillera regrese con el argumento de que, al encontrar cerradas todas las puertas, solo les quedó la alternativa de las armas. Y no ven esta consecuencia porque en su gran mayoría son personas de ciudad a las que la violencia nunca tocó, o personas insensibilizadas e indiferentes al sufrimiento de las víctimas.

En cambio, los que acogerán ese nuevo partido no miran a los guerrilleros como delincuentes sino como combatientes –equivocados o no, pero combatientes– que ahora entran en una nueva fase de su lucha, que abandonan el recurso de la fuerza y asumen el de la contienda democrática. De la violencia e irracionalidad de la fuerza, pasan al sereno vigor de la razón política.

Esta acogida tiene en cuenta que se cambian el dolor y las incertidumbres de una guerra, por el choque incruento del proceso político.

La intolerancia tiene en cuenta el producido electoral que ofrece el odio. Es, sin duda, más fácil odiar que comprender y aceptar un nuevo contendor político.

La tolerancia de los que saludan al nuevo partido contempla la posibilidad de que, bajo unas nuevas banderas, aparezcan otras propuestas y factores de renovación para una política envejecida, cansada y carcomida por la corrupción.
Que esto sea así es el reto que tienen por delante los líderes del nuevo partido. También representa un reto para el ciudadano de a pie, acoger hoy como ciudadanos con todos sus derechos a los que temió y condenó ayer como enemigos.

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@JaDaRestrepo