Su agitada vida pública, su turbulenta actividad política, su vertiginosa carrera militar, su personalidad erótica y la privacidad de sus romances han incursionado hasta en la penumbra de su alcoba.

Modernos investigadores de la historia han escudriñado hasta el fondo no conocido de su vida, con un pretendido análisis de juez militar, arrojando sombras difusas sobre su gloria y planteando hipotéticos desaciertos de errores e injusticias.

Ignoro hasta qué punto puede ser saludable ese afán desproporcionado de los neo-correccionistas de la historia, para llenar de confusión el alma misma de la patria, rociada con sangre de próceres y enriquecida de hechos heroicos.

¿Con qué objeto se pretende desdibujar los perfiles casi legendarios de un Bolívar, de un Santander o de un Nariño en aras de un análisis científico ortodoxo de circunstancias personales o anecdóticas, protagonizadas por los forjadores de nuestra independencia y soberanía?

¿Cuál es el aporte de nuestros poemas épicos a un ulterior estudio que presume de objetivo, realista, pero solo con un interés iconoclasta y de especulación publicitaria?

En el caso del Libertador, y mirándolo por primera vez desde un elemental sicoanálisis, encontramos en su personalidad un factor predominante: su compulsión, su increíble compulsión libertadora. Y de modo cauteloso señalar una posible “falla” estructural, situada exactamente en el punto donde virtudes y defectos se confunden, sin lo cual no se hubiera realizado su hazaña libertadora, definida clínicamente como un estado emocional difícilmente controlado y apenas dirigido por facultades conscientes.

Bolívar padecía nada menos que de disritmia cerebral, estado sicosomático que guarda estrecha relación con su naturaleza compulsiva, lo que equivale a decir que toda compulsión es una neurosis.

Conviene aclarar que la neurosis del Libertador no puede ser considerada una psicopatía severa, ya que constituye, en todos los casos que registra la historia de la humanidad, la materia prima de grandes realizaciones, ideales de profunda y sublime obsesión.

El caso de Bolívar tuvo su origen en el instante mismo en el que juró liberación de los estados americanos, subyugados por el imperio español. Momento de intensa abstracción y éxtasis en la que su mente disrítmica, permeabilizada por la emoción, dejó descender a niveles subconscientes la sublime idea y esta, en el fondo de su naturaleza, se convirtió en el fuego devorador de la compulsión, en la fuerza realizadora y frenética de su hiperactividad.

A impulsos de su fe, el Libertador derrumbaba a su paso montañas de dificultades, trepando las empinadas cuestas de los Andes, al frente de un ejército de descamisados sedientos de combate. Dormía tres y hasta dos horas en las noches para evitar que desfalleciera el ánimo fervoroso de sus soldados.

Su vida ha sido comparada con un poderoso rayo que brilló como esculpido sobre el trasfondo de la infinita oscuridad del firmamento, que destruyó las ataduras de un pueblo y que por su misma naturaleza, una vez cumplido su destino, debía consumirse en el efímero tiempo de un bólido.