Recientemente las autoridades distritales han iniciado la instalación de baños portátiles en algunos de los parques de la ciudad, específicamente en aquellos que tienen más de 5.000 metros cuadrados. Esta es una medida necesaria que no debe asumirse como definitiva, entendiendo que este tipo de elementos son idóneos para momentos transitorios (obras de construcción, conciertos, grandes aglomeraciones), pero que no pretenden ser soluciones permanentes a las necesidades higiénicas de los usuarios de un espacio público. Espero que pronto podamos ver baños reales en nuestros parques y que las cabinas plásticas que se han instalado sean una anécdota temporal.
En una columna anterior había escrito sobre el asombro que me produce comprobar la poca importancia que le brindamos a la existencia de baños en cualquier lugar que tenga un moderado flujo de personas. Ni siquiera me limito a los parques, en términos generales parece que creyéramos que un baño limpio y funcional es un lujo fuera del alcance de la mayoría. No pocos restaurantes, colegios, iglesias, oficinas y espacios de toda índole carecen de esta imprescindible dotación, o si la tienen no cumplen con los mínimos estándares para su uso.
Si bien los baños de emergencia que se han instalado ofrecen una relativa y acotada solución, un baño es algo más que un sanitario. En los renovados parques que acertadamente se han puesto al servicio de la comunidad se concentran diversas actividades, juegos de niños, canchas deportivas y espacios para el descanso que convocan a ciudadanos de todas las edades. Por eso es necesario dotarlos de espacios en los que no solo se puedan aliviar las urgencias mayores, sino todo lo que conlleva el uso de sus diferentes equipamientos. Los parques deberían contar con baños en los que se pueda, por ejemplo, cambiar un pañal, lavarse las manos (siempre hay ventas de comidas en esos espacios), cambiarse de ropa luego de la actividad física o cualquier asunto que requiera cierta privacidad, agua y jabón, lo mínimo.
No ignoro lo complejo que puede ser el manejo de unos baños públicos en nuestra ciudad. Es fácil imaginar que estos recintos pueden convertirse en refugio de maleantes y que pueden ser usados para toda clase de fechorías, además de ser objeto de vandalismo y saqueo. Pero no encuentro justo que debamos resignar nuestra dignidad por esos riesgos, tan reales como evitables. Creo que con un esfuerzo pensado y constante podemos cambiar poco a poco ciertos paradigmas y enseñar a las personas a respetar y cuidar lo que es de todos. Valdría la pena construir un piloto, un prototipo en alguno de los nuevos parques que nos permitiera evaluar aspectos del diseño y administración de unos verdaderos baños públicos en Barranquilla. Así podríamos aprender los errores y repetir los aciertos. Creo que esa es una gran tarea que tenemos pendiente.
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