Te estoy viendo aferrada al brazo de tu marido, los dos con las manos entrelazadas. Tú lo proteges aferrada a su brazo. Desafiante y manifestando que es tu hombre, del que acabas de concebir un hijo suyo. Miras altanera manifestando tu propiedad y tu amor inquebrantable como la voluntad de tu alma: “Hay ruiseñores que cantan encima de los fúsiles y en medio de las batallas”. Acudo a estos versos del poeta Miguel Hernández porque él, como tu marido hoy, tu Leopoldo del alma, tuvo que enfrentarse a la adversidad de un totalitarismo del que brotaba la Guerra Civil de España. Protagonista de la generación del 36, preso en las cárceles franquistas, allí dejó la vida y el testimonio de su felicidad por el segundo hijo que le llegaba como a vosotros. Y le escribe a su mujer: “Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas, ansiado por el plomo”. Y después le cantará al hijo: “Es tu risa la espada, más victoriosa, vencedor de las flores y las alondras, rival del sol… porvenir de mis huesos y de mi amor”.

Eres fuerte. El amor fortalece. Y a los dos les cabe la esperanza de que no están solos. Diecisiete países de América y la ONU, EEUU y la Unión Europea, todos ellos, han condenado la ruptura de la democracia en tu país. Ese país tuyo al que un día, con el amor de mi vida, desde el trasatlántico Rossini, que nos traía a esta Colombia del alma, en una escala bajamos hasta La Guaira buscando patilla por el antojo del hijo que yo traía en mis entrañas. Te miro de nuevo en la foto: tu fuerza. No hay nada comparable con la satisfacción que da la llegada de un hijo: “Para el hijo será la paz que estoy forjando. Y al fin en un océano de irremediables huesos, tu corazón y el mío naufragarán, quedando una mujer y un hombre gastados por los besos”. Lilian, un abrazo.