La cuerda siempre se rompe por el lado más angosto. Esta es una frase muy utilizada por los entrenadores de equipos de fútbol cuando son destituidos, plenamente conscientes de que el presidente del club, en primer lugar, y los aficionados, en segundo, piden su cabeza antes que la de cualquier jugador, y mucho menos piensan que serán los directivos los que paguen el pato.
En el fútbol se da el caso que el éxito de un entrenador se mide por los resultados que, además, se exigen de forma inmediata. Cuando Pacho Maturana volvió a España para entrenar a un equipo grande como el Atlético de Madrid llegó ilusionado y con un baúl repleto de sueños. Pero Maturana, fiel a su trayectoria y filosofía de juego, quiso imponer su estilo en un equipo que jamás, ni en la época que tuvo a Luiz Pereira y Leivinha, pretendió jugar bonito. Hay equipos con el ADN definido y el del Atlético es el de un equipo duro, agresivo en defensa y letal en contraataque. Maturana dibujó otro Atlético y, probablemente, habría salido exitoso si le hubieran dado más tiempo. Pero olvidó que la única forma de ganar tiempo en el fútbol es con buenos resultados. Y a la novena jornada, el excelente técnico colombiano fue destituido. “La única alternativa que me ofrecieron era que cambiara, y yo no cambio”, sentenció Pacho que, probablemente, experimente hoy lo mismo en el Once Caldas.
En la excelente campaña que está desarrollando Junior los periodistas encontramos algunos lunares en el afán crítico que nos caracteriza. Leo y oigo que porqué no juega tal en esta posición o si fulanito estaría más aprovechado como volante, y que el entrenador sigue jugando más a la defensiva, que es tacaño en el ataque cuando ahora tiene un equipo para no sólo tener la posesión del balón sino también para avasallar.
Pienso que la actuación de un veterano como Julio Comesaña, que reconoce haber perdido más que ganado, y que, posiblemente, esté deseando dejar el banquillo y ocupar otro cargo en el club donde también se aprovecharía su experiencia, es absolutamente razonable. Él, mejor que nadie, controla lo que tiene, conoce el entorno juniorista y, sobre todo, sabe que el crédito de un entrenador sólo se consigue sumando puntos. La confianza y el poder seguir trabajando con cierta tranquilidad, además de los valores humanos, de los comportamientos profesionales y deontológicos, un técnico de fútbol sólo se la gana a través de buenos resultados. Si suma, sigue. Si no suma, por muy buen fútbol que ofrezca, su cabeza estará expuesta.
Y en este sentido creo, sinceramente, que hoy en día no hay nada reprochable en la dirección que ejecuta Comesaña en Junior. Eso sí, el día que pierda le caerá un aguacero de críticas. Y eso, él lo sabe.