Una crónica dista mucho de ser una novela, pero mi mirada será siempre la de un novelista que siente e interpreta, que se fija en lo que otros no ven, que da importancia a aquello que le sirve para desentrañar el alma y describir la realidad social que me interesa mostrar. El del novelista no es un trabajo científico. “Su papel –dijo el Premio Nobel de Literatura Patrick Modiano– es develar ese misterio que se encuentra en el fondo de cada persona”.

Escribí una crónica que incomodó a Joaquín Gómez (el nombre a secas, pues si las Farc ya no existen no hay porqué llamarlo comandante). Inicialmente me sorprendió su airada respuesta, pero hoy me alegra haber suscitado en él esa reacción. Me gusta porque me indica que camino por donde es. El novelista no es un politólogo ni un ideólogo y, en su rol de intelectual, nunca debe hacerle eco al Gobierno ni a sus opositores, y mucho menos escribir panegíricos. Soy un escritor independiente y autónomo, y en eso no me traicionaré.

Tampoco me interesa, parafraseando a García Márquez, “despilfarrar mis testimonios tratando de acomodarlos a la fuerza dentro de fórmulas políticas”, pero cualquiera que lea la crónica sabe que es a favor de la paz y crítica del Gobierno. Mientras la escribía me cuestioné cómo mostrar otras realidades. ¿Es más importante el Acuerdo que la paz? La literatura trata de conmover, de lograr que el lector calce los zapatos del protagonista, que se vista con su piel así sea por breve instante. Hay otras miradas diferentes a las que hasta hoy han narrado las Farc y el Gobierno. Y ciertamente lo que han narrado no ha logrado conmover.

Algunos excombatientes quieren ser aceptados como hombres comunes y corrientes, pero temen mostrarse como tales. Hablan de paz pero siguen creyéndose guerreros y por eso le temen tanto a palabras como “desmoralizado”, que se entiende de una manera en la guerra pero no genera misterios en la civilidad. Lo cierto es que la única manera de bajarle al miedo que producen esos excombatientes es confirmando que son tan humanos como el resto del país: que sienten soledad, que necesitan afecto, que comparten con mascotas, que envejecen, que les preocupa el futuro, que sueñan y planean empresas y tienen hijos y se enamoran y también que se entristecen y de vez en cuando sienten miedo, un miedo que es apenas natural.

Ojalá esas casas invivibles que les entregó el Gobierno no le sigan calentando a Gómez la cabeza. Confianza es la palabra clave y si no se atreve a extender la mano, al país le quedará difícil estrechársela. Ya que ha dejado las armas lo invito a desarmar también su espíritu, pues después de su exagerada reacción me convenzo aún más de que el futuro del partido que buscan crear las ex Farc está en sus jóvenes, que tienen una posición más fresca, más abierta, ¡moderna!

La próxima vez que vaya a Pondores, mi estimado Joaquín, en lugar de llevar grabadora me haré acompañar de un palabrero wayuu.

@sanchezbaute