Sorpresa causó para los países de habla hispana la famosa canción del cantautor Guatemalteco Ricardo Arjona: “Jesús verbo no sustantivo”. La canción que se conoció en 1988, puso en tela de juicio las doctrinas cristianas que en nada eran cercanas al ideario del mesías. En síntesis, el mensaje de la canción se resume en una frase: “predicar y no aplicar es cosificar”. Han pasado más de dos décadas desde que se conoció dicha canción, y el mensaje de la misma resulta aplicable en otros ámbitos, en esta ocasión, al de la política.
Lo digo porque es curioso ver la tendiente global de que muchos Estados dentro de sus ordenamientos jurídicos se autodenominan democráticos, pero en la práctica lo que realmente se observa es una cosificación de la democracia, esto es, se predica la existencia de un régimen democrático que se relaciona más con un régimen dictatorial caracterizado por la injerencia del ejecutivo en todas las decisiones del Estado y la masiva violación de los derechos humanos. Fácil es hablar de democracia, pero muy difícil es practicarla, si no, que lo digan nuestros hermanos en Venezuela que llevan meses en protestas y lloran a quienes han muerto en medio de estas.
¿Qué pasa realmente en Venezuela?, ¿de quién es la culpa?, ¿hasta cuándo va a durar la crisis? Son las preguntas que a diario se vienen a la mente de todos, y no es para menos, los diarios a nivel mundial cuentan de los múltiples atropellos que desde el gobierno del presidente Nicolás Maduro se ejecutan para conservar el poder y manejarlo a su antojo.
En especial se resaltan: el desapego a las normas internacionales y a cualquier mandato de la Organización de Estados Americanos para devolver la democracia al país; la persecución política contra la oposición, tal como es el caso de Leopoldo López quien duró más de tres años privado de su libertad y apenas acaba de recuperarla; la politización de los poderes públicos; las actuaciones del Tribunal Supremo para invalidar cualquier acción judicial presentada por la oposición; el alto favoritismo del Consejo Nacional Electoral de Venezuela al gobierno en turno; la nulidad de la efectividad en las decisiones que tome el parlamento; la masiva violación de los derechos humanos; las restricciones ilegitimas a los medios de prensa y comunicación; la escasez de los productos de la canasta familiar y la falta de medicamentos producidos según el gobierno por una guerra económica; el altísimo índice de inflación el cual no tiene precedente en el mundo; y más recientemente, la constituyente con la cual el oficialismo busca entre otros fines, ganar la paz y reafirmar los valores de la justicia a través de un diálogo nacional, ampliar y perfeccionar el sistema económico de Venezuela basado en la productividad y constitucionalizar los nuevos elementos de justicia severa en la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico.
Pareciera ser que la constituyente a decidirse es capaz de resolver todos los problemas en Venezuela, sin embargo, no es más que otra estrategia del gobierno en turno para atornillarse al poder en contra de todo sentido democrático.
No cabe duda de que la democracia es la forma de gobierno más aceptada en el mundo, y a su vez, un derecho humano de conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos, pero en el caso de nuestro vecino país, la idea de democracia se asemeja más a lo ejemplificado por Platón en su obra “La República” cuando compara a la democracia con una bestia carente de juicio y razón.
Ante eventos como los vividos en Venezuela, será que: ¿No queda más que seguir el ideario del preámbulo la Declaración Universal de Derechos Humanos en el entendido de recurrir al recurso supremo de la rebelión para luchar contra la tiranía y la opresión?
La democracia es verbo, no sustantivo.
*David de Jesús Aníbal Guerra. Abogado, magister en derechos humanos, estado de derecho y democracia en Iberoamérica, docente-investigador de la Universidad Simón Bolívar.