Como enfermedades reemergentes se consideran aquellas que inicialmente estaban desaparecidas, disminuidas o controladas, que vuelven a resurgir como una amenaza en salud pública, ocasionalmente en forma de epidemias. La enfermedad de Chagas ha sido considerada dentro de esta clasificación, así como la tuberculosis, el dengue y una buena cantidad de ellas que por ser “olvidadas”, regresan ocasionando un alto número de casos, muerte y desolación. La presencia en el Atlántico de dos casos, –aunque importados– nos hace prender las alertas para no descuidar los sistemas de vigilancia, para su detección temprana y manejo a tiempo de los casos. El departamento del Atlántico, y en general la Costa Caribe, tiene condiciones aptas para la diseminación de la enfermedad, debido a que existe el insecto transmisor, con reservorios en el área rural que pueden viajar con personas infectadas y una buena cantidad de animales infectados. Pero, la forma de transmisión no es solamente por la picadura del mosquito, sino también a través de la transmisión oral, por alimentos contaminados con excrementos de animales, transfusiones, y perinatal, la forma de madres a hijos. En forma ocasional, se han descrito algunos casos en laboratoristas o investigadores que manipulan insectos, o sangre contaminada.

La enfermedad tiene una fase aguda, la cual puede ser asintomática inicialmente, o presentar fiebre dolores de cabeza, aparición de ganglios o lesiones en el área de la picadura, con posterior evolución a manifestaciones cardiacas, arritmias, dificultad respiratoria, crecimiento del hígado y el bazo, y en algunas ocasiones diarreas y vómito. Esta fase puede durar de 4 a 16 semanas, después de la cual, se sigue a una fase crónica de la enfermedad, que puede permanecer sin manifestaciones, y posteriormente reaparecer en un periodo de años con complicaciones cardiacas. También pueden existir complicaciones digestivas, aunque más raras.

El Protocolo Nacional de vigilancia de la enfermedad de Chagas es de bases mundiales, pero cumplirlo a cabalidad tiene múltiples dificultades. La primera es el desconocimiento de su existencia por las entidades de salud y de los profesionales que deben cumplirlo por ley. Simultáneamente, se deduce que la preparación del personal en una enfermedad, con tantas aristas para su conocimiento y control, es deficiente.

Se necesitan expertos y personal entrenado. Los recursos financieros, no escasos, igualmente los de infraestructura, laboratorios y otros, para las pruebas de confirmación de la enfermedad, y aún la de investigación epidemiológica no están en los municipios más afectados. Los principios de control no se cumplen, seguimiento de población migratoria, o desplazados, menos todavía se desconoce el grado de animales infectados.

Se necesita un cambio total para que las enfermedades desatendidas, como la de Chagas, sea bien manejada, cuando según la OPS, en las Américas, alrededor de 100 millones de personas están en riesgo de infectarse, 8 millones infectadas, con 56.000 nuevos casos anuales, ocasionando unas 12.000 muertes cada año.

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