No hay un error más grande que pueda cometer un gobernante camino a la dictadura que anular o desconocer o eliminar los otros poderes del Estado que acompañan al Ejecutivo en la institucionalidad de un país. Ahí comienza su desmoronamiento. La historia lo confirma. En todos los rincones del mundo. Ya sea en esta época moderna o la edad media o los antiguos siglos en donde Roma con todos los emperadores, buenos o malos, nos enseñó que un gobernante solo con su voz única como principio y fin de los destinos de su pueblo, tarde o temprano cae.

En América Latina es frecuente y enriquecedor el rosario de episodios que lo demuestran. Hay casos excepcionales –como los Castro en Cuba–, que aun cuando deben su perennidad al apoyo político y económico que recibieron por 25 años de la Unión Soviética, han tenido la inteligencia de no conformar exegéticamente Asambleas y Cabildos con solamente partidarios de ellos. El temor es un aroma permanente en su Asamblea Legislativa para quienes se declaran opositores, pero aun así reclaman, se oponen, critican. Con Raúl las cosas han mejorado, pero parece verse un cambio que vendrá sin duda con la nueva generación de gobernantes.

En Venezuela, Maduro ya ahogo sus propias ambiciones. Porque es poco inteligente, pasional y está muy mal aconsejado. La élite burocrática que lo rodea le ha disimulado siempre de muy buena manera que lo acompaña, porque la verdad es que se están llenando los bolsillos. No por devoción, ni amor pasional, ni fraternal. Con haber desconocido la autonomía de los poderes públicos, su independencia y haber fabricado ese esperpento que ha llamado Constituyente, es y será pronto su rápida lápida. Los hechos lo confirmaran.

Porque la democracia con sus tres poderes es institucionalmente la mejor de las opciones para la expresión soberana de un pueblo. Podrá ser imperfecta, pero es la más plausible forma de gobierno y de institucionalidad estatal. En la defensa de ese modelo los clásicos de la ilustración prepararon al mundo para la expresión de las mayorías. Montesquieu y Rousseau lo escribieron y lo divulgaron y le dijeron al mundo, antes de Descartes, de Hobbes y de Kelsen, que una sociedad no puede obedecer a un solo criterio, una sola opinión, un solo liderazgo, un solo mandato.

Todo ello trae corrupción inmediata, favoritismos, injusticias, atropellos. Desaparecen los Derechos Humanos, los Derechos Fundamentales, la expresión de los pueblos. Por eso las dictaduras se caen, porque ya sean civiles o militares esa soberanía se impone tarde o temprano.

Algunos dictadores de reciente época escucharon mucho o poco las voces internacionales. Maduro las ha ignorado, en su castillo del príncipe no escucha sino a su propio espejo, su arrogancia y a sus áulicos. Esto lo aisló del mundo, así, cuando caiga todos le darán la espalda. Pero no se la daremos, Colombia incluida, a ese pueblo venezolano valiente, a ese país hermoso, a esas gentes aguerridas que hoy están constreñidas, aparentemente apabulladas pero que pronto subirán los escalones de la paz, la libertad y la recuperación económica.