Hace 12 años, en agosto del 2005, Rafael Escalona aceptó una invitación de La Cueva para recordar los orígenes de sus famosas canciones.
Frente al maestro Adolfo Pacheco, el colega Rafael Sarmiento Colley y este servidor, el compositor se presentó a sí mismo en palabras de su amigo Gabriel García Márquez: Escalona compuso sus primeras canciones a los 15 años, mientras estudiaba en el Liceo Celedón. “Ya se vislumbraba como uno de los herederos más grandes de la tradición gloriosa de Francisco El Hombre y apenas si lo conocían sus compañeros de colegio”.
Los músicos vallenatos eran –según Gabo– gente del campo, poetas primitivos que a duras penas sabían leer y escribir e ignoraban todas las leyes de la música. “Tocaban de oídas el acordeón, que nadie sabía cuándo ni por dónde había llegado, y las familias encopetadas de la Región consideraban que los cantos vallenatos eran cosa de peones descalzos y, si acaso, muy buenas para entretener borrachos pero no para entrar con la pata en el suelo a las casas decentes”.
La familia de Escalona, pariente cercano del Obispo Celedón, se escandalizó con la noticia de que el muchacho compusiera canciones de jornaleros y fue tal el ‘bololó’ doméstico que “el músico no se atrevió nunca a aprender a tocar el acordeón y componía sus canciones silbando, y tenía que enseñárselas a algún acordeonista amigo para poder oírlas”.
Gabo añadía que la llegada de un bachiller al vallenato tradicional había introducido en este un ingrediente culto, decisivo en su evolución.
Pero lo más grande de Escalona había sido, según ‘Gabito’, haber mediado con mano maestra la dosis exacta de ese ingrediente literario. “Una gota de más, sin duda, habría terminado por adulterar y pervertir la música más espontánea y auténtica que se conserva en el país”.
En La Cueva, Rafael Escalona puntualiza: “Los eruditos dicen que han sido siempre crónicas cantadas, algo que no discuto porque nunca he inventado canciones, ni las he hecho por encargo. No las he inventado, a menos que se trate de una jovencita y deba echarle mentiras u ofrecerle alguna cosa, lo que poética y humanamente es aceptado. En cuanto a mis canciones: sí, son crónicas habladas. Cada canción es la narración de algo positivo. Me parece que la narrativa en prosa es más simpática que la misma canción. La canción se canta en cuatro minutos y a veces la historia real dura años”.
La primera que Escalona echa en La Cueva será la última en esta columna. “Mi papá fue un hombre ilustrado, una de las personas más instruidas de La Guajira. Perteneció a La Gruta Simbólica, estudió con el poeta Guillermo Valencia y el general Uribe Uribe. Fue coronel de escuela y perteneció al Estado Mayor. Desde muy joven, después de la guerra, conoció a mi madre en Patillal, al norte de Valledupar. A mi padre le asombró encontrar una dama alta, de ojos verdes, cabellos blancos sin ser vieja, y de inmediato comenzó el romance. Después de siete años, ya consolidada la paz en el país, el coronel Escalona regresó a Valledupar y se casó con ella para probarle que su amor era sincero. Y así nacieron un montón de muchachitos, entre ellos yo…”. (Continuará).