Sin ninguna gracia, y con toda su anaranjada malignidad, pero el caso es que Donald Trump a veces se parece a la Chimoltrufia: así como dice una cosa, dice otra. A la hora de condenar los gravísimos sucesos racistas de Charlottesville, el primer día dijo que no pero sí. Al siguiente dijo que sí pero no. Ya para el tercero alcanzó a recapacitar bien, y entonces dijo que ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario: que la culpa fue de “ambos lados”, tanto de los alegres y traviesos muchachos racistas, como de los que, inexplicablemente en pleno siglo XXI, todavía se oponen al racismo de los supremacistas blancos estadounidenses.

Se tratará de un mero matiz interpretativo, tal como adujo el pulpo bajándose de la araña. La Primera Guerra Mundial, por ejemplo, se inauguró cuando Alemania invadió Bélgica. Algunos años después, le preguntaron a Clemenceau qué creía que dirían los historiadores, las generaciones futuras, acerca del conflicto. El ex primer ministro francés dijo que eso no lo podía saber, pero que confiaba en que “nadie dirá que Bélgica invadió Alemania”.

La interpretación que en cambio hace Trump de los terribles sucesos de Charlottesville es todavía peor que la de la rectora del colegio que regaña a un niño por descalabrar con una piedra a un compañerito, y luego al descalabrado también lo regaña igual por haberle ensuciado de sangre todo el salón de clases.

Sin embargo, no se trata de un error puntual de juicio. En el documental estadounidense Enmienda XIII nos muestran cómo, en un acto de campaña multitudinario, ante la orden explícita de Trump acaban expulsando a tres o cuatro activistas negros que habían ido a manifestarse (“¡Denles una paliza, sáquenlos de aquí!”), lo que luego dio pie para que el mismo Trump se fajara con toda una elegía sobre los “viejos buenos tiempos”, donde aquello no pasaba porque “a la gente así se los trataba con mucha, mucha más dureza”. En los viejos tiempos, si un activista negro se manifestaba una vez, “no lo repetía tan fácilmente”… Y para que no quedara ninguna duda del sentido de su vocación, Donald Trump concluye diciendo: “Yo amo los viejos buenos tiempos. ¿Saben ustedes qué les hacían a tipos así, cuando entraban a un lugar como este? Los sacaban en camilla”.

Así que sí: la reacción de Trump ante estos graves acontecimientos racistas es claramente condenable, pero en ningún caso es sorprendente. Al contrario: ahí es que Trump está en su salsa, en la Charlottesville de estos días es donde por fin se puede volver a respirar el aire de “los viejos buenos tiempos”. Sorprenderse ahora del racismo atávico de Trump es tan ingenuo como si el equipo de fútbol de Brasil se quejara de los 10 penaltis que les pitaron jugando contra Argentina…sin haberse dado cuenta que el árbitro del partido era nada menos que ¡Maradona!

El emperador Augusto, una vez que quiso salvar a un acusado, le preguntó a lo Trump con los racistas: “¿Verdad que tú nunca mataste a tu padre...?”.

¿De verdad que un tipo con esa catadura moral, con esos cabellos y ese terrible poder nuclear, es ahora el presidente de los EEUU y todo esto no se trata de un mal sueño loco? Pa que te digo que no, si sí.

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