Dos informes recientes: el de Forensis, del Instituto de Medicina Legal; y el de “Somos Defensores” del Sistema de Información sobre agresiones contra Defensores de los Derechos Humanos, encogen el ánimo. Sus cifras son implacables: el odio cruza por el país como una epidemia.

81.500 personas podrían estar vivas, o sin lesiones, si a esa epidemia se le hubiera aplicado alguna terapia. Los 11.532 asesinatos que hubo el año pasado demuestran que la enfermedad no ha cedido. Pero queda uno perplejo ante un dato del informe, casi perdido entre la constelación de cifras. De cada diez casos de la violencia doméstica, 6 fueron contra personas mayores de 80 años. Se sumaron así 1.653 casos de violencia contra los abuelos. En 669 de esos casos el agresor fue el hijo; y en 175 fue el nieto.

Lo grave de este caso es que la violencia estalla en el sitio que usualmente y desde el comienzo de la humanidad, se mira como refugio y remanso de paz para las personas.

Ante el mundo y ante los colombianos la culminación del proceso de paz se mira como un ejemplo; pero esta realidad del odio como enfermedad nacional, muestra que la guerra sigue en el interior de las personas y de los hogares.

Víctimas del odio, los líderes sociales vuelven a estar en la mira de los asesinos. Este año la lista de las víctimas es larga: van 51, el 31% más que el año pasado. Seis de esas víctimas fueron torturadas antes de su muerte. Además, 225 líderes recibieron amenazas en lo que va del año: cartas, llamadas, mensajes de internet. Leo y subrayo estos datos y me pregunto con un asombro indignado: ¿quién? ¿Por qué?

Un gráfico de la publicación me resulta desconcertante: los posibles agresores en un 59% son paramilitares. ¿Aún existen? ¿Aún odian? ¿Alguien vigila? Según el dato escalofriante, no se trata de odios o venganzas individuales. Es toda una organización la que ofrece 50 millones de pesos a quien logre atentar contra la vida de 18 líderes defensores de los derechos humanos.

El informe señala como un progreso, la captura y condena a cuatro años de prisión de un hombre que había utilizado internet para amenazar a 18 líderes. Se trataba de un escolta de uno de los líderes amenazados, que había trabajado en el DAS como detective y como escolta. Son datos que permiten vislumbrar las fuentes del odio. Se agrega ese 59% de atentados atribuidos a los paramilitares y el 9% a la fuerza pública. ¿Indicarían estas cifras que para ellos la guerra sigue? ¿Son los mismos que asesinaron a los 3.000 de la Unión Patriótica? ¿es esto el resultado del acondicionamiento mental en el DAS y en el ejército?

Son preguntas que llevan a la conclusión de que ni los soldados ni los detectives fueron preparados para servir a la nación sino para odiar a un enemigo.

Aunque ninguna guerra se justifica, la de los guerreros es una actividad que no está desprovista de nobleza. Pero esta guerra solapada contra los líderes sociales carece de toda nobleza: disparan desde la sombra y por al espalda y, para peor, todo este ejercicio vil se hace en nombre de la patria.

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@JaDaRestrepo