Cuando tenía 16 años, primípara en la Javeriana, tuve un profesor de teología (era materia obligatoria y medio de relleno para los primeros semestres) que para ser francos, pasaba las clases fanfarroneando. En alguna clase, como era un profesor cool y todo eso, pregunto quién sí y quién no había tenido sexo. Todos y todas estábamos recién entradas a la universidad y creo que llegamos a suponer que esas eran las diferencias entre el colegio y la universidad. Yo era de esas nerds que levantan la mano en clase y el profesor tomo un interés por mí, me recomendó libros y una noche de viernes me dijo que pasara por su casa para regalarme unas fotocopias. Acepté ir porque honestamente no le vi nada de malo. Eso sí, le dije a una amiga donde iba a estar y me llamara a determinada hora, ya saben, el protocolo de seguridad que solemos tener en automático todas las mujeres. El profesor estaba solo en su apartamento. Me entregó las fotocopias y comentó casualmente que yo tenía unas “ricas tetas”. Luego lo llamó su novia y habló con ella sin mencionarle que yo estaba en su casa. No entendí en ese momento lo que estaba pasando, pero me empecé a sentir muy incómoda y fingí que tenía que irme. Afuera llovía –esa lluvia bogotana– y llegue a mi casa, que en ese entonces era una pieza en un apartamento en Cedritos, mojada y asustada.

El acoso sexual en las universidades está absolutamente normalizado. Son muchos los profesores que se casan con sus alumnas y que no tienen pudor en contar que la cosa comenzó cuando les daban clase. Y no son solo las alumnas, son acosadas las limpiadoras, las secretarias, el personal administrativo y las docentes.

Así lo cuenta la revista Vice en un reportaje reciente en el que se cuenta que un docente de la Universidad del Atlántico atacó a una profesora en un viaje de trabajo a Cartagena. No solo intentó besarla a la fuerza, cuando ella estaba dormida, se le acercó para tocar sus partes íntimas. A pesar de que la maestra denunció el hecho y de que la universidad abrió un proceso disciplinario, el profesor sigue ahí, rodeado de un sin fin de chismes que lo pintan como acosador. Pero en ley no nos sirve ese sabio adagio de que “cuando el río suena es porque piedras lleva”. Por otro lado, a la maestra la citó Bienestar Universitario en donde le recomendaron que si se sentía mal fuera al psicólogo de la EPS, y Martha Ligia Ospina, vicerrectora de Bienestar Universitario, dijo a Vice que puesto que los hechos habían ocurrido fuera de la universidad, el caso correspondía a la justicia ordinaria.

Los estudios han mostrado de sobra que los acosadores son reincidentes. Esto es básicamente porque pueden, porque toda la estructura está en contra de la víctima. Tan es así, que ahora la docente de la Universidad del Atlántico tiene el ‘chicharrón’ de defenderse de una denuncia por injuria. Las instituciones educativas en Colombia no son lugares seguros para las mujeres y esto afecta directamente nuestro derecho al trabajo y al estudio, aunque nadie, ni la sociedad, ni las universidades, ni la ley quieran tomar responsabilidad.

@Catalinapordios