Para la crítica boxística más autorizada de los EEUU, el púgil de los años 40 y 50 (y hasta más extendido de los años siguientes) se llamaba Ray ‘Sugar’ Robinson. Un boxeador de estilo depurado, rápido y de combinaciones certeras, reinó en el mundo de las narices chatas durante más de 20 años.

Ese exceso en el cultivo del boxeo, deporte destructor como pocos, fue determinante para que Robinson falleciera con menos de 50 años. Comenzó en los años 40 o un poco antes, y fue figura principal del boxeo durante casi treinta años. De él se decía que era tan bueno que disimuladamente se dejaba ganar en una primera pelea: ¿buscando qué? Que la taquilla de la pelea de revancha –Robinson para el desquite hacia firmar la pelea previamente- fuera de gran abundancia para él. Por eso Robinson siendo primero welter y después mediano registró grandes bolsas con las peleas de revancha.

Robinson llegó al boxeo con dotes físicos de cuna, tenía casi seis pies de estatura, y unos brazos largos que él manejaba magistralmente, por eso le pudo ganar a los mejores welters y medianos del mundo. Eso sí, encontró la horma de su zapato en el peso welter y mediano Carmen Basilio, con quien combatió dos veces tan aguerridamente que cuando los promotores que se peleaban el tercer match no lo pudieron obtener porque Robinson tenía un mayor percance.

En la primera pelea Basilio dio una exhibición magistral, de cómo un hombre pequeño pero bueno, sí puede ganarle a uno alto para estropear una norma casi sagrada del boxeo, que dice que un boxeador pequeño y bueno, no puede ganarle a uno alto e igualmente bueno.

Se imponía en aquellos años un deseo multitudinario en casi todas las grandes ciudades americanas para que se llevara a cabo el tercer combate, pero todas esas gestiones se estrellaron en la negativa de Robinson para pelear por tercera vez con Basilio, su negativa llegó a tal extremo que prefirió pelear con un tercer mediano a quien no le asignaban mayores posibilidades de triunfo, y, sin embargo, se alzó con la victoria de las 160 libras.

Según los jueces del segundo combate, Robinson dizque había ganado, pero en Estados Unidos se discutía en cada rincón boxístico ese resultado, muchos discutían el veredicto. Y si fue Basilio duró largo rato después del fallo sentado en su banco, llorando lo que él consideraba que había sido un despojo. No hubo manera de conseguir en el futuro cercano que Robinson accediera a combatir por tercera vez con Basilio.