No es la primera vez que los colombianos se llevan un fiasco por cuenta de sus ínfulas de inversionistas.
Pasó en Colombia en el 2008 con la tristemente célebre DMG, y antes con las captadoras ilegales que develó la crisis financiera de 1982. En la Costa todavía recordamos, inclusive, el escándalo de Caribesa de finales de los años 60, cuando numerosas familias de Cartagena que creyeron haber descubierto el gran negocio de sus vidas resultaron defraudadas por confiarle su dinero a un paisano equivocado.
Hoy, como en aquellas épocas, las referencias tienden a la solidaridad con las víctimas y a condenar ruidosamente a los tramposos.
¿Qué habría pasado –pregunto– si los inversores de Emgoldex (2014), Global Brokers (2015) o Merlim Network (2017) hubieran sido más cuidadosos con su plata? No hablo de ingenuidad, porque en este caso el problema no nos remite a la cándida historia de unos mártires; hablo de la avaricia de unas personas que se afanaron por volverse ricas o multimillonarias de la noche a la mañana.
Los paisas lo resumen en una frase maliciosa: “De algo tan bueno no dan tanto”. Y aquí no oyeron el consejo. Y mucho menos las advertencias de las autoridades.
La Superintendencia Financiera lleva años invitándonos a tener cuidado con esas ofertas de rendimientos excesivos, que vienen en tan variados y creativos formatos. Multiplicar por diez una inversión es, por lo menos, sospechoso.
La vida es un riesgo calculado.
El ejercicio consiste en preguntar, en este caso, si la captadora está vigilada o no por la Superintendencia. Simple. Si la respuesta es positiva, avanzamos al segundo nivel; de lo contrario, ni nos asomemos.
El segundo paso es más sencillo aún: averiguar cuál es la tasa de interés máxima que ofrece el sistema financiero.
Y hecho todo eso, sacar conclusiones.
Porque, ¿saben qué?, las utilidades a las que aspiraban las casi 30.000 personas de Barranquilla que han caído en las redes de estos asaltantes de escritorio eran superiores a la del Banco de la República, y en algunos estaban por encima de las que ganan los peores agiotistas.
Estamos en verdad frente de un asunto de valores, y no propiamente económicos.
Sí. Es cierto que el sistema financiero no está ofreciendo a los ciudadanos una alternativa confiable para sus capitales. Ahí tiene que haber una revisión.
Pero en el fondo lo que ocurre es que para algunos la idea de la felicidad está asociada con el dinero fácil. Y, estando en esas, no importa si es o no mal habido.
Hasta hace poco el faro era el narcotraficante que cambiaba balas por plata en los retenes de la Policía; hoy es el boxeador que en una pelea hace la fortuna de todo un año, o el artista que pegó la canción más reproducida en las redes o el millonario que se gasta la fortuna en lujosos yates y ruidosas fiestas. Las diferencias son sutiles.
Y por ahí andan al garete la mesura y el recato, que deberían ser, esos sí, los activos personales en todos los tiempos.
@AlbertoMtinezM