Borges escribió que el pasado es indestructible. Nada ni nadie puede borrarlo. Lo hecho, hecho está. Es imposible suprimir un historial como el de las Farc. Permanecerá para siempre en la memoria nacional.

Esta organización, desde luego, a partir del abandono de la lucha armada y de la integración a la política, tiene en sus manos cambiar las percepciones ciudadanas. Suele ocurrir en estos complejos procesos políticos y en las transformaciones de una persona. De un delincuente puede emerger un buen ciudadano. Así como de una mujer de borrascoso pasado puede surgir una dama de impecables virtudes. Por supuesto, siempre existirán los maledicentes que no creerán en esos arrepentimientos bajo el argumento de que “perro huevero no pierde la costumbre”, o de que “toda puerca vuelve al charco”. Es lo que muchos colombianos creen de las Farc. Fueron tantos años de subversión que hay gente que se resiste a creer que la abandonarán para siempre. Pero los hechos dicen que están cumpliendo. En sus filas ha prevalecido la certeza de que era mejor firmar un acuerdo de paz que morir en la selva.

Por ese pasado funesto que pesa sobre las Farc hay quienes piensan que deberían cambiar de nombre. En su momento, recuerdo, en el M-19 también se debatió el punto, pero como el movimiento fue apenas flor de un día, según el vaticinio certero del expresidente López Michelsen, ni siquiera hubo necesidad de resolver el tema. Simplemente el M-19 desapareció y algunos de sus líderes se reciclaron luego en otras nomenclaturas como el Polo, la Alianza Verde y los Progresistas.

En el caso de las Farc no me atrevo a opinar, porque me imagino que no será fácil para ellas deshacerse de una razón social que las ha unificado política y sentimentalmente durante más de 50 años, y es de presumir que el abandono de la sigla podrían interpretarlo algunos de sus miembros como una abjuración al legado de Manuel Marulanda, Jacobo Arenas y Alfonso Cano, sus principales referentes históricos.

Claro está que también tendrán que sopesar el factor rechazo que originaría el mantenimiento del nombre en la sociedad colombiana, especialmente en las capas urbanas. Sin embargo, probablemente habrá quienes argumenten que otros movimientos revolucionarios de América Latina, de trayectorias similares a las Farc, mantuvieron sus denominaciones en su transición a la legalidad, y con sus siglas originales lograron conquistar el poder presidencial, como en el caso de El Salvador con el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), o reconquistarlo, también por la vía electoral, como sucedió en Nicaragua con el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que inicialmente había accedido al poder derrocando –a través de las armas– a Anastasio Somoza.

Pero como Colombia es otra cosa, las Farc tendrán, como decía Lenin, que hacer el análisis concreto de la situación concreta.

@HoracioBrieva