En nuestro país el ejercicio de la crítica arquitectónica no es una práctica común. Sería deseable que en los grandes medios del país existan espacios dedicados al análisis sobre los proyectos que día a día van configurando nuestro entorno. En las pocas revistas culturales que quedan y en selectos espacios académicos rara vez se debaten o al menos se divulgan posiciones estudiadas sobre alguna obra. Es una lástima que este sea el escenario actual, dado que, querámoslo o no, las creaciones de los arquitectos suelen permanecer bastante en el tiempo y constituyen el fondo en el que se desarrolla buena parte de nuestra vida. Valdría la pena prestar más atención.

Reconozco que criticar es una labor relativamente fácil. En la mayoría de los casos, aún el crítico más detallista no logra comprender todo lo que hay detrás de alguna propuesta que a sus ojos parece descabellada y censurable, y desconoce todas las variables que han podido condicionar el desarrollo de una determinada iniciativa. También es una tarea fastidiosa, porque en un puñado de párrafos se puede destrozar el esfuerzo de todo un grupo de personas que seguramente ha dedicado mucho tiempo, sudor y lágrimas (esto es literal), entregados en el empeño de hacer realidad la obra con la que se han comprometido. Opinar es, desde luego, más fácil que hacer.

Sin embargo, la crítica negativa, cuando está bien llevada y sustentada, y se aleja de los insultos o la ofensa gratuita, les puede brindar a quienes la reciben luces que les permitirán no volver a cometer errores que probablemente no han detectado por sí mismos, o si conscientemente han tenido que tomar alguna decisión a regañadientes, la crítica los validará y les permitirá inclusive defenderse.

Por eso creo conveniente sentar una postura sobre el proyecto que se desarrolló en la sede de la antigua Unión Española. Detrás de la fachada del reconocido edificio se ha levantado una obra que la aniquila y la relega a cumplir solo una función de careta o antifaz, en lo que se entiende como quizá un obligatorio gesto de conservación, mas no de respeto, por la arquitectura preexistente. No se ha tenido en cuenta la escala, los materiales, la paleta de colores y mucho menos la tipología del viejo complejo. El resultado es una combinación desafortunada de lenguajes que afecta una edificación que los barranquilleros habíamos aprendido a apreciar. Con esta intervención, además, quedan en entredicho todos los instrumentos que pretenden preservar nuestro patrimonio. Si tal cosa se pudo hacer con este edificio, creo que en el futuro podemos esperar situaciones similares.

La Unión Española ha perdido toda su dignidad, parece ahora un enfermo terminal al que le vendría mejor practicarle una sentida eutanasia. Ninguno de nosotros está exento de equivocarse, pero con todo el respeto que sin duda merecen los responsables de la obra, un fallo así había que resaltarlo por el bien de todos. La idea es no repetirlo.

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@Moreno_Slagter