En la mañana del 28 de agosto nos levantaron con la noticia: desde Pyonyang (Corea del Norte) se había lanzado un misil balístico que, sobrevolando Japón, atravesaba los cielos “advirtiendo” –en realidad, una amenaza grave y sin precedentes– que su largo alcance puede llegar hasta Guan: una isla estadounidense, paradisiaca, territorio español hasta 1900, cuando los americanos la invadieron y se quedaron con ella, salta a primer plano de la actualidad como objeto del deseo del exhibicionismo norcoreano de su mandatario Kun Jong-un, que con sus misiles de medio y largo alcance prueba que pueden llegar en un santiamén a esa isla que alberga importantes bases militares norteamericanas y, de paso, amenazar a Japón por su apoyo a EEUU. La cuestión la ha llevado Trump al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Hecho que ha enardecido a Kun Jong-un, que reta a occidente, y a quien se le presente, a que seguirá desarrollando sus planes para armas nucleares. El Consejo de Seguridad de la ONU discute las medidas contra el aberrante presidente por minar, de forma deliberada, la paz y la estabilidad mundial.
Corea del Sur y EEUU están llevando a cabo maniobras militares conjuntas que ponen en alerta y en vilo al resto del mundo. Vivimos tiempos duros y de condolencia humana cuando vemos la situación del arrasamiento del huracán Harvey, la furia de la naturaleza en EEUU. Paradojas de la vida, el país más poderoso del mundo no puede dominar la naturaleza ni la furia del viento que desborda imparable las aguas que inundan una región de su país. En estos días duros solo nos queda clamar al cielo para que los altos mandatarios mundiales, más allá de su arrogancia, sean capaces de lograr que, nunca, los misiles ocupen el lugar de las estrellas.