Desde hace algunos meses el nombre de Santiago Maldonado ha empezado a aparecer en las redes sociales. Un día alguien reclama por su desaparición, al otro aparece un titular sobre las protestas en Argentina. Para los colombianos, sin embargo, es un ruido que no alcanzamos a comprender. Estamos acostumbrados. Nos solidarizamos sin saber quién es porque conocemos de cerca la tragedia de los desaparecidos. También la conoce su natal Argentina, país que perdió generaciones enteras por cuenta de la violencia.

La familia y los amigos de Santiago lo describen como un mochilero, un joven bueno que se solidarizaba con distintas causas porque le incomodaban las injusticias. Al parecer no era un activista ni un defensor a ultranza de los derechos humanos. Más bien un muchacho que parecía interesarse por el bienestar de los otros, detrás de unas ideas de solidaridad. Era artesano y tatuador. Dicen que en enero viajó a Chile, recorriendo la isla de Chiloé, lugar en el que empezó a ponerse en el lugar de los pescadores artesanales de la región.

También se solidarizaba con la causa de la comunidad mapuche, con tantos años de represión y con sus resistencias, pero –hasta donde se sabe– no era un militante de la Resistencia Ancestral Mapuche (RAM). El 1 de agosto lo vieron por última vez. Cuentan que estaba huyendo de la Gendarmería, algunos testigos dicen que lo detuvieron cerca al río Chubut, en la Patagonia argentina. Otros sospechan que se le vio en un video, un día antes, encapuchado. En la investigación hay una fólder marcado con su nombre y una causa –como le llaman– descrita en dos palabras: desaparición forzada. Se indaga la actividad de sus celulares, se preguntan si acaso cruzó a Chile, se buscan rastros de su ADN en los carros de la Gendarmería –que en efecto protagonizaron un operativo sospechoso–, se busca ADN en el arma de un hombre que dice haber sido atacado por cuatro miembros de la RAM y haber herido a uno, se investiga la actividad de sus celulares.

Las protestas por su desaparición encienden fuego frente a la Casa Rosada y nuevas capturas y excesos por parte de la fuerza pública son denunciados. La lista de los detenidos sale en los medios como si acaso fuese una garantía para que no los desaparezcan también. El tema pone sobre la mesa la inconformidad con el Gobierno, la incomodidad de los movimientos sociales, pero en especial pone en el centro la situación de los mapuches. Esa cuenta pendiente en Latinoamérica, esa indecencia escondida en el progreso del desarrollo de Chile y Argentina. A los mapuches los marginaron, los confinaron, los arrinconaron en su territorio, y luego, cuando se dieron cuenta de que ese territorio también era productivo, cuando se percataron de que podían criar ovejas, que enriquecerían a los colonos de todos lados del mundo, también se las quitaron. Santiago Maldonado no es mapuche, no es la causa ni la bandera. Pero su nombre revela las injusticias, la incertidumbre y la esperanza. También la esperanza.

javierortizcass@yahoo.com